B''H
De Malcah para la Quebutzah
KI TISÁ
LA MIRADA ORGIÁSTICA
Hablar del Becerro de Oro, que es lo que nos incumbe esta semana, puesto que el sábado próximo leeremos la Parashah de Ki Tissá, es hablar de la desesperación, de la ausencia, de la abrumadora decepción, del devorante desconcierto y del vértigo producido por la total confusión y, también, es hablar de la depravación, fruto oscuro y emponzoñado de esta bajada a los infiernos.
Cuando todo un pueblo espera, bajo el sol abrasador del desierto, la vuelta de su jefe que dijo tener que alejarse temporalmente para recibir las órdenes del Eterno, y ve pasar los días y las semanas sin que la anunciada vuelta se produzca, siente angustia, miedo, desconfianza.
Los hebreos que acampaban en el desierto no tenían costumbre de esperar. Venían de Egipto, su psique la habían conformado los horarios rígidos impuestos a los esclavos y la inesquivable férula de los capataces. La esperanza no tenía lugar alguno en su vida. La espera tampoco. El esclavo no tiene tiempo libre, esto que en hebreo se llama "Penay" y está ligado al concepto de vacío, como el románico "vacación". No hay vacaciones para los esclavos, ellos saben muy bien cuál será su próxima obligación, o ya se enterarán, pero tiempo vacío, tiempo libre no habrá, porque el amo no está dispuesto a derrochar... El esclavo no espera nada, ni espera a nadie. La verdad es que el tiempo apenas si existe para él, precisamente porque carece del vacío, del polo negativo, del tiempo, entonces la realidad temporal se le escapa. Nada, en la Creación puede existir sin uno de sus dos polos.
Desde el primer versículo del capítulo segundo de la Torah (no es ninguna casualidad que sea el capítulo segundo, por supuesto), el Eterno santifica el tiempo, le da consistencia al sacralizar su polo negativo, o sea, al instituir el shabbat. Por si alguien se quedara extrañado al leer que el shabbat es un tiempo al leer que el shabbat es un tiempo negativo, mencionaré, antes de proseguir, que Hashem sólo menciona las cosas que no debemos hacer en shabbat. Nunca nos dice que tengamos la obligación de hacer algo especial durante este día. El shabbat es tiempo libre.
Desde esta perspectiva, resulta perfectamente lógico que la sección toráica de Ki Tisá incluya, justo antes del capítulo 32 que se inicia con el episodio del Becerro de Oro, un re-enunciado muy claro y terminante de la exigencia del descanso sabático.
Como lo veníamos diciendo, los hebreos liberados de Egipto no acababan de asimilar la noción de tiempo. En su corazón (estamos en el capítulo 32 de Shemot, y 32 es el número del corazón) seguían siendo esclavos. Al jefe querían verle, no sabían vivir sin su presencia, sus órdenes, su arte de organizarlo todo, su total asunción de la responsabilidad. Ellos podían llegar a ser excelentes ejecutantes, pero no sabían decidir. La ausencia del jefe les sumía en un abismo de incertidumbre. La pobre gente que seguramente entendía que existe la muerte, porque la muerte es algo tangible. El cadáver de un ser querido se puede contemplar o se sabe que alguien lo ha visto. Se declara que alguien ha muerto porque hay constancia de su muerte, pero la desaparición es una ausencia absoluta. El desaparecido puede esta muerto o vivo
todo es una incógnita. Todos cuantos han vivido bajo regímenes políticos crueles, o en medio de guerras, saben que no hay nada más atroz que las desapariciones de las personas. Los familiares y amigos de desaparecidos dicen que preferirían saber que el ser querido ha muerto antes que sufrir la tortura de la desesperada esperanza.
Conviene pues no ser excesivamente duro a la hora de comentar la conducta de aquellos hebreos descarriados que exigieron a Aharon la fabricación de unos dioses materiales, mazizos, brillantes e inofensivos, con un peso de metal suficiente para no esfumarse cuales nubes vaporosas en días o noches de especial calor.
Desde luego, podían haber decidido que, si Moshe no volvía, ellos seguirían con su compromiso, obedeciendo a la Divinidad que les había dictado los Mandamientos. Esto les debía haber dicho su corazón. Podían haber esperado un tiempo más y, en cualquier caso, haberse responsabilizado de su propio destino, siguiendo adelante hasta penetrar y asentarse en la Tierra Prometida, o sea haber interiorizado el liderazgo de Moshé. Podían haber pedido a Aharon o a Josué que se encargara de la jefatura. Podían haber hecho muchas cosas
pero no sabían hacerlas. Aharon era sacerdote y un sacerdote es un portavoz, no es un jefe. Josué no tenía aún la madurez suficiente para asumir el mando
además ninguno de ellos estaba dotado con un carisma comparable al de Moshé. Pero ellos, sí, sabían esperar.
En cuanto al pueblo, pues, lo más probable es que, en su inquietud, no tardara en prestar oídos complacientes a los voceros del materialismo, a los grandes listorros que adoptan aires superiores cuando las circunstancias exigen valor. Son los que exigen la rendición a lo inaceptable en nombre de la inteligencia, la adoración a objetos inanimados en nombre del conocimiento de la vida y la traición a los principios en nombre de la dignidad. Se juntan, gritan, escarnecen a los más virtuosos, se hacen corear por otros bocazas tan cobardes como ellos y acaban por conseguir la perversión de los valores y de todo lo auténtico.
El Dió pasa de ser una Voz que se oye a una forma animal a la cual se mira con lascivia y la luz se encubre ante el brillo artificial y chillón del metal fundido. Los hebreos se dejaron seducir, por lo menos un número suficiente de ellos para representar al pueblo en su conjunto. Quisieron "ver" a sus dioses
¡ver! Tal vez sea junto con el verbo amar, uno de los que más se abusa y que más equívocos ha engendrado por su uso ramplón y perverso. Recuerdo a un estudiante que, con sus veinte años recién estrenados, estaba convencido de gozar de una mente privilegiada. Preguntó un día a mi marido, en tono de condescendiente sorna: "¿Ha visto Vd. Alguna vez a D.os?" a lo cual Diego (bendita sea su memoria) contestó: "Has visto tú alguna vez un pensamiento?" y, ante la negativa del joven, añadió: "Sin embargo, estoy seguro de que crees en la existencia de los pensamientos".
Aquel joven era un digno discípulo de quienes abogaron por la realización del becerro de oro. Querían ver la divinidad porque lo que se ve es muy tranquilizador. Es externo, es un objeto que se puede mirar
o dejar de mirar. La Voz es otra cosa. La Voz puede venir de dentro, puede hacerSe oír incluso si el sujeto no quiere. La Voz es inquietante y procede de la Luz, la luz deslumbrante que es imposible mirar de frente y se plasma en un ser vivo, un Ser Absoluto que es Vida, que vibra y hace vibrar y que se expresa por boca de un ser humano, que puede morir
o desaparecer.
Todo esto es terrible. Los hebreos lo están viviendo y, ni la recogida diaria del Maná, ni la presencia del sacerdote, ni el recuerdo tan reciente del paso del mar y de la espectacular derrota faraónica tendrán poder suficiente para alumbrar sus corazones. Ellos se dejan seducir por los grandes listorros y piden un sucedáneo de la Divinidad, un becerro de metal fundido
como los egipcios. ¿Hacer lo mismo que el ex-opresor?, ¡esto sí que es victoria! "¡Ahora me toca a mí!", el desquite alienante que conlleva la autonegación.
Pues, lo consiguieron. Aharon transigió, con gran inteligencia, por cierto. Les dio lo que pedían y la oportunidad de valorar las consecuencias. Si fue un apocado, no lo sabemos.
Les pidió el oro de sus mujeres y de sus hijas, pero esto les pareció poco y lo mezclaron con el oro de lo varones. Ya conocemos el resultado: Aharon les hizo un becerro de fundición. Aquí, no se emplea la palabra "zahav" que significa "oro" sino la palabra "maseja", que es esto: "fundición".
No hay duda de que, para el Autor del texto y para Aharon, su sacerdote, el oro más o menos adulterado con el que se hace las joyas humanas, no tiene, ni de lejos, la categoría del oro que El Eterno pide para su Santuario y los objetos sagrados.
El oro fundido del becerro es el metal que sirve para hacer las monedas. Es el oro cuyo brillo enloquece a quienes lo contemplan con los ojos del deseo perverso y de la codicia. En su culto, los seres humanos pierden el control de sus pasiones y se entregan a las más viles de entre ellas. Cuando lo contemplan se sienten impulsados a vivir en una perpetua orgía que les devora la existencia, aunque ellos quieran contar que disfrutan de los placeres más refinados. La mirada orgiástica está siempre dirigida hacia la imagen, hacia el movimiento vital esclerotizado, petrificado, paralizado en la inercia de la estatua.
Hoy día, el culto al oro, al dinero, se ha incrementado hasta un punto inimaginable con la orgía consumista. Mucha gente se ha vaciado de todo contenido interior. Su corazón late al ritmo de las imágenes. Compran lo que ven y lo colocan sobre sus estanterías en forma de objetos o de fotos en las que se contemplan a sí mismos transformándose en peleles risueños que se ríen a carcajadas, abrazados a los amigos
¡como si toda su vida y toda la dicha posible consistieran en ser una imagen!
Gracias al Eterno, cuyo Santo Nombre siempre bendeciremos, las cosas no van a poder seguir por este camino. Nuestro hermoso planeta no lo acepta y un número cada vez mayor de seres humanos obra para que la vida siga siendo un puro santuario en el que nuestros hijos y nietos conozcan la paz y la concordia de los corazones unidos capaces de oír la Voz de la pureza y de la Santa Misericordia.
Cuando mencionemos el Becerro de Oro, los chiquitines se reirán.
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