16 agosto 2005

Matók MiDvásh #13 - Emór 5764

Todo está escrito; y estamos aquí para aprender a leer A modo de Editorial
Siempre hablamos en voz alta


Queridos amigos:
solo nos resta verlo, y para ello hay que vivirlo
Comentando
nuestra parasháh, trae el Zohar este diálogo singular: Rabi Iosi y Rabi
Itsják caminaban juntos y departían. Dijo Rabi Iosi a Rabi Itsják: Está
escrito "Y llamarás al shabát deleite para consagrar a D's (...)", y
luego dice "lo honrarás, absteniéndote de hacer tus caminos y de hablar
palabras profanas".
Rabi Iosi comprende fácilmente la prohibición
de realizar trabajos profanos en el día consagrado por D's, comprende
que debamos abstenernos de "salir a los caminos" ese día, pero
pregunta: "¿Qué prohibición es ésta de hablar palabras profanas? ¿Qué
clase de violación podría ello suponer?". Le respondió Rabi Itsják:
"Sin duda sería una profanación. Porque no hay palabra del hombre que
carezca de voz, y cada voz se eleva a las alturas, y en los mundos
elevados despierta otra palabra y otra voz". Y cuando despierta en las
alturas, en el día sagrado, una voz de lo profano, sin duda estará
profanando la perfección sutil de la consagración.

En nuestra
parasháh, el pueblo de Israel continúa su camino de aproximación a la
conciencia plena de la Verdad. Al inicio de la parasháh, se nos ofrecen
las leyes que regirán el oficio sagrado del Cohen, el Sacerdote. Estas
leyes son la cúspide del trabajo sagrado; desde la actividad del Cohen
en el Beit-HaMikdásh se delinea hacia nosotros la relación de la
humanidad entera con el Creador. Y sabemos que, para el futuro por
venir, el pueblo de Israel entero estará llamado a ejercer el
sacerdocio; de modo que estas leyes tienden a moldear la conciencia de
cada uno de nosotros.
A continuación, una vez que tomamos las
reglas que nos vuelven hábiles para la consagración, procede la
parasháh a proyectar esta nueva conciencia en las dos dimensiones
restantes a cuyo través discurre nuestra vida: el tiempo y el espacio.
En primer término, realiza un rápido pasaje por el año judío: las
distintas fechas sagradas y su trabajo singular aparecen descriptas
aquí con claridad. En segundo término: "Y cuando vengáis a la
tierra...."; ésto es, habla de cómo tratar el espacio, cómo consagrar
el lugar y los frutos que nos ofrece. Porque de algún modo, en cada
verso de Toráh, en cada palabra, en cada letra, se ilumina para quien
ahonde en ella la Toráh completa, y cada letra alude a la necesidad de
todas las demás.
Esta
semana, comienza a volverse realidad la segunda etapa de este sueño que
compartimos: el proyecto Ieshivah.Net. Nuevos columnistas en nuestra
revista, nuevas clases que van poblando la agenda del Beit-Midrásh
virtual, nuevos rabaním incorporándose al equipo, aportando sabiduría y
puntos de vista. Hoy, damos la bienvenida a Rav Marcelo Krawiec, que
comienza un ciclo de clases desde Mexico, de las que se podrá
participar todos los martes en http://www.beitmidrash.org/.
También inauguramos un nuevo espacio en "Matók MiDvásh": a cargo de
Galia Ginerman, la columna dedicada a la mujer judía, con reflexiones
que habrán de acompañarnos cada semana al compas de cada parasháh, de
cada formulación en que la letra de la Toráh se vuelve arcilla para que
con ella construyan nuestras manos.
El
ordenamiento temático de nuestra parasháh nos habla de Shalóm: de la
paz que nace de la plenitud; de la realización completa de lo mejor de
cada uno de nosotros. Para arribar al Shalóm -como para arribar a
cualquier destino- hay que surcar los caminos del laberinto vital. Mas
al Shalóm sólo se arriba cuando los caminos recorridos son los del mapa
de la Creación y de la Vida que provee la Toráh. Entonces, nace del
arte de preguntar el ejercicio de la respuesta: tiempo y espacio, las
circunstancias todas, resultan subordinadas a un propósito
trascendental, y plenos y claros, desplegamos en alas blancas lo mejor
de nosotros.

Invitándoles a visitarnos en nuestro Beit-Midrásh virtual, y esperando que disfrutéis del material de esta revista, que ha sido preparado con amor,
con vosotros mis brajót, desde una Ierushalaim luminosa,


daniEl I. Ginerman
editor@ieshivah.net




El verdadero sentido de participar de la Verdad


Todo está escrito; y estamos aquí para aprender a leer APRENDIMOS EN LA GUEMARA ESTA SEMANA


...cuando nada le va en ello

Un hombre no peca cuando nada le va en ello

En
la hoja 5 del Tratado de Babá Metsía del Talmud Bablí, comienza el
tratamiento de un caso de robo de ganado por parte de un pastor que
cuida rebaños de terceros. El problema que enfrentamos en cierto punto
del debate consiste en que, si pudiéramos creer en la palabra del
demandado, podríamos hacerle jurar su inocencia. Mas no creemos en la
palabra del pastor, porque tenemos testigos de que robó al menos una
mínima parte de lo que se le reclama. Mas alguien considera que aún
antes de todo testimonio debiéramos desechar su palabra: "puesto que
sabemos que es pastor, y" como estableció Rabi Iehudáh, "los
pastores tienden a permitir que su ganado pastoree donde están las
mejores pasturas", aún si con ello están cometiendo robo, por
pertenecer tales pasturas a terceros.

Mas esta tesis es
desechada de inmediato, al comprobar que Rabi Iehudáh sólo puede
haberse referido a los pastores que procuran alimento para su propio
ganado; ¡nunca a los que procuran pasturas para el ganado de terceros!
¿Por
qué? Porque quien tiene interés propio en la alimentación de los
animales que cuida, se verá tentado de proveerles el mejor alimento aún
si para ello debiera transgredir la propiedad privada, porque de ello
obtendrá más tarde su propio provecho.
Mas, ¿qué interés podría
alentar a quien pastorea el ganado de terceros a cargar con la culpa
del robo de pasturas? ¿Con qué objeto lo haría, si no ha de obtener
provecho extra alguno a partir de la mejor alimentación de los animales
encomendados a su cuidado?

De aquí, la "jazakáh", una condición
fija al inicio de todo análisis en que se apoyará un juicio: No
presumimos delito en quien de ningún modo obtendrá provecho de él. Un
hombre no comete una transgresión que pesará luego sobre él, si nada
gana a cambio.





Todo está escrito; y estamos aquí para aprender a leer"DILE A LOS SACERDOTES"; ESTO ES:
A LAS MUJERES QUE SOSTIENEN VUESTROS TEMPLOS

por Galia Ginerman

En
la lectura de la Toráh de la semana pasada recibimos, de parte del
Creador, la orden de ser "kedoshím", sagrados, diferenciados. Y el modo
en que el judío se torna sagrado depende, en los hechos, de la mujer.
Veamos por qué.

En nuestra parasháh, Emór, hallamos varias
pistas y una gran lección al respecto. Esta parasháh comienza tratando
del trabajo de los Cohaním, los sacerdotes, en el Beit-HaMikdásh, el
Templo de Jerusalem. El Beit-HaMikdásh es el corazón del pueblo judío,
y por su propia naturaleza, ha de reinar en él la pureza.
Sólo los
Cohaním, hijos de Aharón, tienen permitido ingresar y servir en el
Kodesh, el espacio del Templo en que la sacralidad se hace manifiesta.
Y ellos mismos deben purificarse y consagrarse por diversos medios: sus
cuerpos deben ser salvos de toda imperfección y toda mácula; deben
evitar contaminarse a través de cualquier contacto con la muerte o con
todo objeto portador de impureza, y aún así, deben purificarse antes de
ingresar a servir en el Beit-HaMikdásh.

El hogar judío sigue el
modelo del Beit-HaMikdásh. Así como el Templo es el corazón del pueblo
judío, así también el hogar judío es corazón, fundamento y cimiento
secreto de la eterna continuidad del judaísmo. Así como el Cohén sirve
en el Templo, y cumple su cometido cuidando la pureza y la sacralidad
del Templo en todos sus aspectos, así también la mujer, corazón y motor
del hogar judío, lleva consigo la responsabilidad de preservar la
continuidad del hogar.

¿Y por qué medios lo consigue?

Hay
tres mitsvót -preceptos- fundamentales que recaen sobre la mujer, y
son: "Taharát hamishpajáh" (pureza familiar), "hafrashát jaláh"
(separación de la jaláh) y "hadlakát hanér" (encendido de la vela).
Estas tres mitsvót están conectadas con el funcionamiento interno del
hogar, y son paralelas a tres oficios que recaen sobre el Cohén en el
Beit-HaMikdásh.

En el Beit-HaMikdásh, el Cohén tiene el deber de
preparar el "Ner Tamíd" (la luminaria perpetua), y encender la Menoráh,
el candelabro de siete brazos. En el hogar judío, cada víspera de
shabát enciende la mujer las velas que bienvienen al shabát. Las normas
que rigen el encendido de las velas en el Templo son similares a las
que rigen, para la mujer, el encendido de las velas de shabát (como se
puede comprobar en "Dinéi haPetilót" del Rambá"m, Temidín III, 15).

El
Beit-HaMikdásh construido por el rey Shlomóh (Salomón) tenía ventanas
que eran anchas por fuera y angostas en su terminación interior. De ese
modo, se evitaba que la luz del exterior se filtrara hacia el interior
del recinto. Puede sonar extraño, si consideramos que en general
nuestra preocupación es que la luz ingrese por las ventanas e ilumine
la casa. Pero no así sucede en el Beit-HaMikdásh. En el lugar del que
emerge la Toráh, no sólo para el pueblo de Israel sino para el mundo
todo, no hay sitio para luz que provenga de fuera. Por tanto, es el
Beit-HaMikdásh el que proyecta su luz, desde dentro de sí hacia el
exterior.
Y así también en el hogar judío. Las velas que enciende
la mujer simbolizan toda la luz espiritual del hogar, y están llamadas
a iluminar el exterior, desde el corazón de la casa. El hogar judío no
se somete a las influencias del exterior: debe permanecer limpio y
puro, y de él deben nacer las buenas influencias que se proyectarán al
entorno.

La segunda mitsváh es la "separación de la jaláh", una
mitsváh que recae sobre la mujer en el marco de las ocupaciones del
hogar.
Los Cohaním, en el Beit-HaMikdásh, tienen el deber de hornear jalót, panes trenzados, cada víspera de shabát.
La
mujer, en su hogar, tal como el Cohén en el templo, cuando hornea las
jalót, tiene el deber de separar una parte de la masa (llamada "jaláh")
y entregársela al Cohén (hoy, que no tenemos Beit-HaMikdásh, no se
entrega al Cohén sino que se quema, o se desecha dentro de una
envoltura doble).
La separación de la jaláh es como la entrega del
diezmo: un hábito que refuerza la fe en el hogar. Está prometida la
manutención necesaria a todo quien entrega el diezmo de sus ingresos; y
está prometido todo el sustento necesario a quien separa la jaláh.
Cuando somos concientes de que cuanto disponemos nos llega directamente
del Creador, separamos con alegría parte de nuestro alimento para los
Cohaním, y declaramos así nuestra fe inquebrantable en que El es quien
alimenta y da sustento y provee riqueza, y así educamos en la fe
completa a nuestra descendencia.

También la Haftaráh (la sección
de los Profetas que leemos a continuación de la Toráh en shabát) de
esta semana, en Ezequiel 44, retorna sobre el tema de la separación de
jaláh: "Lo primero de vuestra masa entregadlo al Cohén, para hacer que
se pose la bendición en tu hogar"; se trata de una promesa explícita de
D's, acerca de que en el hecho de separar la "jaláh", ¡reside el
secreto de atraer brajáh, bendición, sobre nuestro hogar judío!

La
tercer mitsváh es la de "taharáh": pureza; cuya importancia tiene
especial destaque en nuestra parasháh. El Beit-HaMikdásh es la luz y el
corazón del pueblo judío, y de él sale la Toráh y la luz hacia el mundo
todo. De suyo, debe estar en el estado de mayor pureza, ausente de toda
contaminación, para que sea vivificante su luz y nos sea posible vivir
en ella.
Así también, el hogar judío, que es el Beit-HaMikdásh de la
célula fundamental del pueblo, debe vivir en pureza; y de lo contrario,
estará en riesgo su continuidad. Y esa pureza se manifiesta en la
mitsváh de "taharát hamishpajáh" que recae sobre la mujer.

¿Qué
es "taharáh", pureza? Es vitalidad, potencia para la vida. La "tumáh" o
contaminación de lo impuro es, por el contrario, el poder de las
fuerzas de muerte sobre la vida: ausencia de vitalidad.
La continuidad del hogar judío sólo puede manar de la fuente de su vitalidad; ésto es: de la pureza.
La
mujer en edad fértil, durante los días en que no lo está, ingresa a un
estado opuesto a la vida, que se hace manifiesto en la sangre
menstrual. La sangre expresa de que, en ese estado, la mujer no puede
producir vida. Y al Beit-HaMikdásh sólo se puede ingresar en estado de
pureza. Quien está contaminado de muerte, tiene prohibido el ingreso al
Templo.
El hogar judío es un Beit-HaMikdásh, y en él, la sexualidad
de la pareja es el Kodesh HaKodashím, el Sancto Sanctórum. La impureza
de la "Nidáh" (el estado de infertilidad de la mujer expreso en la
sangre menstrual) obsta al contacto físico de la pareja, porque ese
contacto es el área de mayor sacralidad del Templo, y ninguna impureza
tiene en él lugar.

Y tenemos un ejemplo terrible en nuestra
parasháh, acerca de las consecuencias del descuido en todos los
componentes de la preservación y la continuidad verdaderas del hogar
judío. Nos habla nuestra parasháh de un hombre "hijo de una mujer de
Israel, que se levantó y profanó el nombre" de D's. Este hombre es hijo
de un egipcio. El escrito llama por su nombre a la mujer: Shulamít
bat-Dibrí. En su análisis, explica Rashi que esta mujer hablaba con
todos, a todos saludaba y con todos se detenía a conversar. A toda
influencia estaba dispuesta: en vez de expandir desde dentro de su casa
la luz de sus mitsvót, tomaba hacia dentro del hogar las influencias de
la calle egipcia; esa calle que decía, como el propio Faraón, "quién es
D's para que atienda a su palabra", "no conozco a D's", contradiciendo
la fe sagrada.
Y en vez de guardar su pudor y cuidar de su pureza,
arriesgó a cada palabra la continuidad de su Templo, hasta que ingresó
en él un egipcio, del que dio a luz a este hijo que años más tarde
habría de profanar el nombre del Creador. De tales influencias con que
permitió que se contaminara su hogar, nació por fin la maldición.

La
continuidad del pueblo de Israel se apoya y halla fundamento en las
mujeres, que nos ocupamos del oficio sagrado como lo hace en el
Beit-HaMikdásh el Cohén. Y es de gran importancia que sepamos cuidar de
nuestra singularidad, de la sacralidad de nuestro hogar y nuestro
pueblo, y sepamos construir, con las mitsvót que tenemos en nuestras
manos las mujeres, los cercos correctos para que nuestros hogares,
nuestros Templos, emitan luz de Toráh para todos quienes nos rodean,
para el mundo todo, y para las generaciones que vienen tras nosotros.



Todo está escrito; y estamos aquí para aprender a leerEL MARAVILLOSO PRIVILEGIO DE CRECER por Rav Biniamin Cohen

"Un
toro o una oveja o una cabra que nazca, estará siete días con su madre,
y a partir del octavo día podrá ser ofrecido en sacrificio...", indica
nuestra parasháh, entre las reglas atinentes a los oficios del Templo.
Y
salta de aquí la siguiente pregunta: ¿por qué escribe la Toráh acerca
de "un toro, o una oveja, o una cabra que nazca"? Al nacer, no hay toro
sino ternero, ni tampoco oveja, sino cordero. ¿Por qué son referidos al
nacer por los nombres de su adultez?
En el Zohar, el tema se explica
del siguiente modo: "Dijo Rabi Aba, ven y mira: Un hombre, en el
momento de nacer, carece de las energías elevadas hasta que es
circuncidado. Con la circuncisión, despierta en él la aptitud para la
Toráh. Más tarde, cuando toma mujer en matrimonio y procrea y tiene
hijos y los guía por el camino de la Toráh, recién entonces se
convierte en un hombre completo".
Pero un animal, una bestia, en el
mismo momento de nacer recibe la misma calidad de energías que recibirá
durante toda su vida hasta el momento de la muerte. Por eso son
llamados los animales, al nacer, con el nombre que les designa luego,
en la edad adulta. Para enseñarnos que el hombre es distinto de la
bestia, aunque en apariencia resulte que tenemos iguales apetitos y
básicamente igual actividad, y aún más: la bestia no sufre de las
presiones y las tensiones de los hombres.
Pero los hombres, a
diferencia de las bestias, disponemos de todo el tiempo de nuestras
vidas para renovarnos, crecer, trascender de etapa en etapa, acercarnos
a la completitud de nuestra potencia, y aproximarnos así al Creador
hasta convertirnos en hombres completos.





Todo está escrito; y estamos aquí para aprender a leerSERAS SAGRADO Y CONSAGRARAS EL TIEMPO
por Nuriel Cohen

*
El versículo (Vaikrá XXII,32) dice: "Y me consagraré dentro de los
hijos de Israel, Yo, D's, que los consagra". E inmediatamente de dicho
ésto, pasa a las mitsvót concernientes a los "moadím", las fechas
sagradas a lo largo del año. La conexión estriba en que una vez que el
pueblo de Israel, y cada uno de sus integrantes, se torna sagrado por
vía de su propia acción, y recibe en su interior la vitalidad suprema
que le provee el Creador, se torna Israel apto para consagrar el
tiempo, las fechas del año fijadas por la Toráh como mojones de
sacralidad de los que alimentar el tiempo todo, y desde estas fechas,
incidir con kedusháh sobre el tiempo y la Creación.

* Tras
detallar extensamente todo el tema relativo a las festividades y
conmemoraciones del año judío, nuestra parasháh culmina la exposición
de los tiempos haciendo referencia al Shabát: "Estas son mis fechas,
seis días harás trabajo y en el séptimo será shabát shabatón, no harás
trabajo alguno en él" (Vaikrá XXIII, 2-3). Se pregunta el Gaón de Vilna
por qué esta contigüidad, y explica que el versículo se refiere también
a las fechas festivas, expuestas aquí del siguiente modo: hay seis
fechas consagradas por la Toráh en las que está permitido realizar
algunos trabajos -los necesarios para la propia alimentación-. Estas
fechas son: dos días de Pésaj, un día de Shavuót, un día de Rosh
Hashanáh, y dos días de Sucót. De este modo, al decir el versículo
"seis días harás trabajo y en el séptimo" no, está indicando que en
esos seis días festivos está permitido realizar trabajos para procurar
alimento, pero que en el séptimo de los días sagrados, que es Iom
Kipúr, está prohibido todo trabajo para toda necesidad de que se trate.



UN MAESTRO, UN AMIGO, Y LA CAPACIDAD DE JUZGAR PARA BIEN
por Rav Meir Ifraj

Nos
dice en su capítulo primero el sagrado libro de "Pirkéi Avót":
"Iehoshúa ben-Pirjáia dice: Hazte un Rav -un maestro-, y adquiere un
amigo, y juzga a todo hombre para bien".

"Hazte un Rav": que el
hombre necesita contar con alguien que disponga del conocimiento de que
él mismo aún no dispone, alguien que sepa lo que él ignora. Pues quien
adquiere sabiduría todo lo tiene, y rico es quien vive feliz con la
porción de mundo que le toca. Y para ser rico, para ser feliz, es
imprescindible contar con un referente, un guía, en la sabiduría.

"Y
adquiere un amigo": Como dijo el rey Shlomóh -Salomón-: "Mejor son los
dos que el uno", porque si uno se cae, su amigo le ayudará a
incorporarse. El hombre necesita de un buen amigo con el que afilarse
recíprocamente, con el que complementarse en la sabiduría y en la
acción, con el que discutir puesto que también la discusión ayuda a
crecer. Un hombre que, por el contrario, está solo, podrá permanecer
incambiado toda su vida; como expresa la conocida metáfora: "no se
afila sólo un cuchillo, sino que necesita de una piedra que lo
desgaste".

"Y juzga a todo hombre para bien": Si ves a un
hombre de quien no sabes si es un justo o un malvado, y hélo cometiendo
una acción prohibida, recae sobre tí la mitsváh de juzgarlo para bien,
de presumir su inocencia y decir que seguramente tuvo buena intención,
o que acaso se equivocó, o quizá "no comprendí lo que vieron mis ojos".
Porque en realidad, ciertamente, no sabemos nosotros qué hay en el
corazón de un hombre y cuáles son sus inquietudes y sus intenciones,
que sólo el Creador conoce. Y es parte inseparable del camino de bien
juzgar para bien al otro, tal como quisiéramos ser juzgados nosotros en
todos nuestros actos para bien. Así está escrito en nuestros libros
sagrados: que cuando un hombre tiene la oportunidad de juzgar a otro
para bien, en ese mismo instante, en los cielos tiene lugar otro juicio
en que el juzgado es él a partir de su actitud; y esperan en el
Tribunal de las alturas a verificar cuál será su actitud a la hora de
juzgar, y tal como él actúe, así actúan respecto de él.

Por
eso, amigos míos, debemos fortalecernos en todos estos puntos
maravillosos que nos han señalado nuestros sabios, y crecerá en
nosotros el provecho del alma y una gran felicidad. Y sea la Voluntad
que sepamos merecerlo, Amén.



Todo está escrito REFLEXIONES CAMINO A CASA
por Rav Dorón Rosilio

Queridos hermanos y hermanas:

Quiero
conversar con ustedes con la ayuda de D's acerca de Sfirát HaOmer, la
cuenta del Omer que son estos días que transcurren desde el momento
cúlmine en que salimos de Mitsráim hasta que nos es entregada la Toráh
en el Monte Sinai: desde Pésaj hasta Shavuót. Se trata de dos eventos
de gran importancia en nuestras vidas, dos eventos enormes y
profundamente diferentes entre sí.

La salida de Mitsráim ocurre
cuando ya estamos casi completamente perdidos; apenas un instante antes
del final, antes de que nuestra situación se tornara irrecuperable,
Hashém nos saca súbitamente de allí. Y ésto nos despierta nuevas
preguntas: ¿Por qué tuvimos, de por sí, que pasar por esa esclavitud?
¿Por qué tuvimos que esperar hasta el último momento? ¿Por qué el
exilio tuvo que ser de tan terrible esclavitud, y justamente en
Mitsráim? No voy a proveerles respuestas a todas estas preguntas; antes
bien, les regalo la oportunidad de deleitaros con ellas. Porque también
hay una oportunidad de deleite en la pregunta sin respuesta, una
oportunidad de aproximación y conexión y vivencia y aún de apertura al
entendimiento, ¡desde el hecho mismo de enfrentar preguntas para las
que no tenemos respuesta!

D's nos saca de Mitsráim con milagros
revelados, con maravillas, obrando modificaciones a la naturaleza ante
los ojos de todo el mundo. La salida de Mitsráim es una luz enorme,
inmensa, máxima, a que accede el pueblo de Israel justo antes de llegar
al último escalón en su descenso. Una salvación milagrosa pero
temporal, que debe culminar porque el milagro revelado no ha de ser la
norma que rija la realidad. Entonces, ni bien culminada la liberación,
comienza el viaje, el camino del aprendizaje y la preparación, el
entrenamiento, la construcción, el direccionamiento y la guía que nos
va convirtiendo lentamente de esclavos en seres libres que llegan al
pie del Monte Sinai tras cuarenta y nueve días en que vamos
ascendiendo, peldaño a peldaño, alistándonos para el encuentro, para la
boda entre el pueblo de Israel y el Creador. Siete semanas; siete veces
siete días. Y en este instante, nos encontramos nosotros en medio de
este viaje, en la quinta semana, contando los días que restan hasta la
recepción de la Toráh bajo el palio consagratorio del Sinai.

Todo
quien logra aproximarse a la realidad del Creador, todo quien logra
desear la luz de la Verdad, recuerda la salida singular de su Mitsráim
privado, y ese destello de luz enorme que se reveló sobre él de pronto,
cual un rayo en la oscuridad. Esa sensación sobrecogedora de revelación
repentina, fascinante; esa certeza de estar de retorno, volviendo al
hogar, de ser el hijo amante y amado que vive la maravilla del
reencuentro, y tras el vértigo de los abrazos y la calidez y el amor,
comenzar a subir lentamente, paso a paso, por la ladera de la montaña,
adquiriendo cada día una nueva dimensión de vida, cada semana, cada
año, toda la vida, cada instante un sentido nuevo y la certeza del
crecimiento que no cesa.

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