LA GRANDEZA DEL HOMBRE QUE VE PORQUE HA ELEGIDO ESTAR DESPIERTO
por Rav Natan ben-Jaím
"Estas son las palabras que dijo Moshéh al pueblo de Israel..." (Devarím 1:1)
Dice Rav Jasman: "Si observamos a los hombres, nos encontramos que los hay de dos clases opuestas. Por un lado tenemos a quien observa sus caminos y presta atención a su andar: éste es el hombre que está completamente vivo. Del otro lado, se encuentran aquéllos que no observan con atención, y su intelecto está aletargado, dormido". Explica Rav Jasman que la distancia entre estos dos grupos es como la que media entre el Cielo (lo más espiritual y elevado) y la Tierra (que no es sino un cuerpo compuesto de minerales).
En nuestra parasháh y haftaráh nos encontramos con ambos grupos. Al hombre vivo lo hallaremos en la generación del desierto, según lo explica Sifri: por cuanto que son "palabras" lo que dice Moshéh, no las utiliza para revelar directamente su reproche y su enojo por cada ocasión en que el pueblo de Israel transgredió las órdenes de Hashém, sino que insinúa cada uno de los casos por medio de enumerar los lugares en que los pecados del pueblo fueron cometidos. La grandeza de Moshéh le hizo cuidar el honor del pueblo, y les dio los lugares por pista para que comprendieran la culpa y el enojo. Y bastó con la señal.
Moshéh cuida de que el pueblo no se avergüence, no se sienta degradado de su dignidad. Moshéh, hombre atento y observador, que piensa y mide y considera, da estas señales al pueblo recién antes de morir, para evitar que el pueblo, al verse en el espejo de todo el mal cometido, se avergüence en lo sucesivo ante él. El sabe que el reconocimiento del mal cometido producirá una inmensa vergüenza, y que el pueblo ya no podrá "mirarlo a los ojos" después. Es por ello que posterga hasta ahora, hasta la hora de su propio balance final, la "tojajáh": la reprimenda, la acusación, y la exhortación para el futuro.
Tras la lectura de la parasháh, leemos cada shabát la haftaráh: una porción de los profetas que se corresponde en su sentido con la parasháh de la semana. Acompañando a Devarím, hallamos en la haftaráh a Iehoshúa (Josué), sucesor de Moshéh, que reprende de este modo a Israel: "El toro conoce a su dueño, y el burro conoce el alimento que su dueño le da. Israel no sabe. Mi pueblo no observa". Hay cierto estado, cierta situación -nos dice Iehoshúa- en que el hombre, cúspide de la Creación, es comparable al toro y al burro, que por naturaleza pertenecen al extremo opuesto.
Tal sucede porque "mi pueblo no observa": Lo que el toro y el burro saben, pertenece intrínsecamente a su propia esencia; les es natural y constante, y no está sujeto a su propia elección. Mas en el hombre, conocimiento y sabiduría dependen de su elección, de la profundidad de su observación y de su esfuerzo en comprender, y por fin, de su determinación a actuar en consecuencia. Si el hombre se comporta "a semejanza del Creador" (a cuya semejanza ha sido creado), se aproximará a ser un hombre completo, acerca del cual advierte el rey David (Tehilím -Salmos- 8:6): "Poco le falta para ser un ángel".
¿A qué se parece la situación? A un hombre que duerme. Mientras duerme, está completo, con toda su fuerza, su sabiduría, su inteligencia, su vivencia espiritual, su experiencia. Todo está en él. Mas él, completo, se encuentra en suspenso. Sólo es necesario que despierte para que podamos comprobar que nada ha cambiado en él, que se ha preservado tal cual estaba antes de dormir. Pero mientras duerme, no es muy distinto a una piedra: no tiene existencia real hacia fuera de sí. Como él, quien no presta atención en profundidad, no observa, no extrae conclusiones, no se eleva ni crece en verdadera sabiduría: duerme, en permanente suspenso. Porque la importancia de quien no observa con atención y profundidad y saca conclusiones y actúa honestamente desde ellas, como la importancia de quien duerme, proviene únicamente de la expectativa de que despierte por fin, y se yerga entero y completo a ser todo lo mejor que ha nacido para ser.
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