por Galia Ginerman
Queridas lectoras:
En nuestra parasháh, Balák, somos testigos del intento de Bilám -brujo y profeta de los pueblos del mundo- y de Balák rey de Moáb, de dañar y torcer el destino del pueblo de Israel por medio de maldecirle.
Este intento viene a continuación del triunfo de Moshéh e Israel en las guerras que emprendieran contra ellos Sijón y Og, reyes con gran poderío; y a continuación de la conquista de sus tierras por parte del pueblo de Israel, que transita por el desierto camino a su hogar.
Balák, rey de Moáb, observa la suerte corrida por Sijón y Og, y teme por su propio destino. Tras comprender que no podrá vencer a Israel por medios naturales (como lo habían intentado los dos reinos previos), lo intenta por la vía mágica: contrata a Bilám, un brujo conocido como alguien cuya bendición y cuya maldición surten verdadero efecto. Bilám fue, entonces, contratado para maldecir a Israel.
No obstante, para desazón y contrariedad de Balák, Hashém revierte su intento, y pone bendiciones en boca de Bilám. Bilám sale del intento humillado y cabizbajo; con el objeto de recuperar su dignidad ante Balák, le aconseja un medio para dañar y destruir al pueblo de Israel.
¿Y cuál es su consejo? Bilám sugiere a Balák que envíe doncellas jóvenes y hermosas, a pasearse desnudas en el campamento de Israel. Estas doncellas tentarán a los hombres de Israel, que se contaminarán de prostitución con ellas. Y por este medio, se romperá el muro de defensa, de índole espiritual, que torna invencible a Israel. Desde el momento en que Hashém abomina de la promiscuidad, el modo de destruir al pueblo de Israel y quitar de él la protección del Creador, es despeñarlo por el barranco de la lujuria sexual.
Lo primero que vemos, en el campamento de Israel, al observar este episodio, es hasta qué punto se cuidaba el pueblo de Israel de que no hubiera promiscuidad en su campamento: para hacerles pecar había que invadir el campamento con mujeres ajenas, de Moáb; porque las hijas de Israel eran puras y pudorosas, y cuidaban de que sus hombres se mantuvieran en el camino del bien.
Es que el pudor es preservación, es la fuerza de cohesión y preservación de la familia judía, y del pueblo judío todo. ¿Cómo se explica ello?
Todo lo que se halla al descubierto se encuentra a merced de la crítica y aún de la humillación por parte del otro. De este modo, lo que se encuentra al descubierto pierde su carácter especial, que se anula en la generalidad, en la confusión de lo igual, y se dispersa.
El recato es la actitud que cuida de descubrir, de tornar visible al exterior, sólo aquéllo que participa naturalmente de dicho exterior, de lo colectivo: el vestido, el rostro, con que nos mostramos a ojos de los demás en tanto participamos de la realidad colectiva. Por vía del mismo razonamiento, cuanto no ha de participar de nuestra comunicación exterior, es ocultado a instancias del pudor. Y de este modo, resguardamos el carácter especial, íntimo y reservado de cuanto sólo a nuestra privacidad pertenece.
Es por ello que es imprescindible el pudor en la construcción de un hogar: porque el pudor representa un muro de defensa del hogar, respecto del exterior.
El tema del recato en la mujer parece, a muchas de nosotras, un asunto que contradice el carácter de la vida moderna y del progreso. Tendemos a creer que solamente se evidenciará nuestro carácter especial y único, si nos desnudamos a ojos de los demás. Una mujer que se viste de modo tal que revela su cuerpo a los ojos ajenos, busca exhibir su belleza, su singularidad; y tiende a creer que el pudor anulará tal impresión que provoca.
Mas, a partir de lo que acabamos de exponer, sucede que.... ¡es exactamente al revés! El Creador dotó a cada persona y a cada creatura de una forma especial y distinta, de modo tal que cada individuo es único, y no es intercambiable por ningún otro en el mundo.
No obstante, la tendencia general en la naturaleza es que el colectivo se opone a la singularidad del individuo, razón por la cual, cada creatura dispone de sus propios mecanismos de defensa para evitar disolverse en la "masa global". Estos mecanismos son fácilmente observables, por ejemplo, en los animales.
En la especie humana, y más específicamente en la mujer, el principal mecanismo de defensa radica en la preservación de su intimidad, y en particular, de la privacidad de su vida marital. Cuando las características de la vida marital se encuentran al descubierto, cuando cualquier información relacionada con la sexualidad en la pareja se torna de dominio público, el vínculo marital pierde su fuerza y su valor, y se hallan en peligro constante ante la incapacidad de defender la intimidad invadida por el "afuera". Y ello trae consigo la destrucción del hogar.
Las partes del cuerpo femenino que el pudor indica cubrir, se relacionan exclusivamente con la intimidad marital y de ningún modo con la vida en el colectivo social. Y en el momento en que se tornan de dominio público, la mujer se convierte en objeto al que es posible desafiar, humillar y despreciar.
Justamente, la mujer que se exhibe, anula al hacerlo su carácter especial y su singularidad. No es distinta de otros millones de mujeres, y no es especial respecto de ellas en absoluto. Una mujer que pone atención a su pudor, y no revela públicamente su intimidad, preserva de ese modo la singularidad de su belleza: es preciada y especial a ojos de su marido, y halla en su especial cariño y devoción la mejor recompensa.
Bilám intentó maldecir al pueblo de Israel. Mas no pudo sino bendecirles, al momento de ver el ordenamiento de las tiendas en el campamento de Israel. Las tiendas estaban organizadas de modo tal que nunca sus puertas resultaban enfrentadas, y desde ninguna tienda resultaba visible el acontecer interior de su vecina. De este modo, la privacidad y el pudor eran preservados de modo tan completo que no había modo de hacerles mella.
El pudor es un escudo de defensa para todo el pueblo de Israel, y como tal, comienza en la mujer: en su vestido, en su palabra y en su modo de conducirse. A través de su ejercicio del pudor, influye la mujer sobre todos los miembros del hogar estimulándoles a guardar recato; y así, cada hogar cuida y guarda su carácter especial y su privacidad, y nadie se entromete en la intimidad de su prójimo, y el Shalóm, la paz que emerge de la plenitud, se preserva y crece. Y como es sabido, cuando el Shalóm reina entre el hombre y su prójimo, la bendición recae sobre todo, y nada puede remover los firmes cimientos del hogar.
Sea voluntad del Creador que merezcamos el Shalóm reinando en nuestros hogares y en nuestra tierra, y que por consiguiente nada ni nadie nos pueda dañar, tal como ni Bilám ni todos los pueblos enemigos pudieron hacer mella en Israel durante su tránsito por el desierto.
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