17 agosto 2005

Matók MiDvásh 23 - Shoftím 5764 - La vanidad, el orgullo, la soberbia: enemigos íntimos

Todo esta' escrito; y estamos aqui' para aprender a leer LA VANIDAD, EL ORGULLO, LA SOBERBIA: LOS ENEMIGOS INTIMOS DEL CAMINO DE LA VERDAD

por Gabriel ben-Israel Produccion para LebEjad y Matok MiDvash
para LebEjad no. 40 y Mato'k MiDva'sh

Estamos acostumbrados a ver: en todo lugar, en todo grupo, siempre hay quien sobresale sobre los demás; "es el líder del grupo", o el mejor, o el más capacitado... Si esta persona sabe que está en esa posición, una de sus posibles reacciones es la permanente "gaAváh": él se muestra soberbio, necesita mostrar y mostrarse a sí mismo que es el mejor...

Explica el Ramba"n que este versículo, que habla sobre cómo debe conducirse el Rey del pueblo de Israel, quiere enseñarnos que la soberbia no es buena, ni para el rey ni mucho menos para cualquiera de nosotros, ya que es una cualidad despreciable a la vista del Creador... aún en el mismísimo rey.

El rab Iaacov Noiman z"l, en su libro Darjey Musár, opina que, aunque la soberbia está prohibida para todos, hay diferencias entre el rey y las demás personas. En el "hombre común", el orgullo está prohibido por cuanto se le equipara a la idolatría: elevarse por sobre los demás es algo que no se justifica ni por causa de loa propia sabiduría, ni por la propia riqueza ni por la fuerza física.... si todo ello no son sino "regalos" que nos brinda el Creador, si El nos da la fuerza, la riqueza y el saber: ¿de qué me podré enorgullecer yo?. Lo que debo hacer, en realidad, es "agradecer".

Respecto del rey, es otra la cuestión. El rey es el "conductor" del país y es el responsable de todo lo que ocurre en él, tanto en lo general como en lo particular. En él, la vanidad y la soberbia son una falla, ya que él debe atender y esforzarse al máximo por su pueblo: si hay personas en estado de pobreza, o con sufrimientos o enfermedades, el rey es el responsable por todo el pueblo, y no sólo en lo material sino también en lo espiritual. El rey, como conductor del país, debe estar siempre preocupado por mejorar el estado de su gente en todos los aspectos. Entonces, ¿existe lugar o tiempo para la vanidad, para el orgullo? Si existe, ahí precisamente está la falla.

Explican nuestros sabios que Mosheh Rabeinu era digno y merecedor de ser rey; y no cualquier rey, sino uno que puede recibir los honores que merece por su categoría. Mas todos los honores con un límite claro, puesto que si no corre por su pueblo, no puede ser llamado "rey" por cuanto demuestra no ser digno del puesto. Un verdadero rey tiene el corazón "caliente", ocupado en su pueblo permanentemente; un corazón en el que el orgullo no tiene cabida, ya que el tiempo lo ocupa en las necesitades del pueblo, y en especial en lo espiritual.

De acuerdo a ésto, no nos asombra lo que dice la Toráh: "y Moshéh es el más humilde...": en su corazón puro no había lugar para el orgullo. Todo su tiempo se ocupó del destino y los sufrimientos de cada uno. Cuarenta años dedicó a la "generación del desierto", solucionando sus problemas, y educándolos en el camino de la Toráh. ¿Podemos decir que Moshéh no pudiera estar orgulloso de las cosas tan grandes que hizo? Igualmente volvemos a la misma respuesta. Si vemos un conductor orgulloso, esto nos dice que no tiene corazón, que no le importa el estado de la gente, ni material ni espiritual, aunque de todo el responsable sea él.

Una persona en particular, sea quien sea, aunque no sea responsable por nadie, debe alejarse de la vanidad y la soberbia por las razones que ya expusimos. Mas en el rey, el orgullo es un "defecto" que le inhabilita para ejercer su función. Todo quien desempeña una actividad, sea cual fuera, en la que tiene personas a su cargo, si ve que alguno de sus subordinados no desempeña su función como corresponde, debe "correr" a salvarlo, porque en última instancia la causa del problema puede ser él mismo, su forma de distribuir o dirigir las tareas y aún su propio desempeño; y puede que la gestión defectuosa del subordinado nada tenga que ver en realidad con él sino con quien detenta la autoridad y, con ella, la responsabilidad por el conjunto de la gestión. Ni hablar que, de ninguna forma, puede envanecerse en virtud de su posición.

Sin embargo, así como comenzamos, lo que vemos en el mundo va en contra de este razonamiento: vemos a los presidentes de las naciones cuya "arma de presentación" siempre es el orgullo. ¿Qué les importa si en su país hay gente que muere de hambre? ¿Los vemos sufrir con el sufrimiento del pueblo? Seguro, en el tiempo de las elecciones todos están con el pueblo, pero después...

También lo vemos en los generales de los ejércitos: si están ganando en una guerra salen a mostrar todo su "orgullo", pero ¿acaso pensaron cuántos soldados de su ejército murieron?... Hasta puede ser que hayan muerto por su culpa. Ya sabemos que en las guerras siempre hay "errores tácticos". ¿A quién le importa un soldado más o uno menos?

Por todo ésto, la Toráh le dice al rey que no se envanezca, que no haga lugar a la soberbia, para "que se alarguen los días de su reinado", pero al que tiene gaAváh no se le alargarán los días porque no se ocupa de su gente; hasta tal punto que si hace algo bueno para el pueblo seguro que no fue su intención hacerles bien, sino que buscó su propio bien y cuidar su posición, para que no lo destituyan de su cargo.

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