A modo de Editorial:
NUNCA UN TECHO MAS BAJO QUE EL CIELO
Queridos amigos:
Uno
de los acontecimientos centrales de nuestra parasháh tiene lugar
cuando, inmediatamente a la gloria del Mishkán -el templo portable que
viaja en el centro de la formación hebrea y desde el que la Providencia
se revela de continuo-, el pueblo de Israel decae y se arrumba en la
desesperación de los apetitos primarios: "¿Quién nos dará de comer
carne?", lloran amargamente, y evocan con angustia: "Recordamos el
pescado que comíamos en Mitsráim gratis...".
Ante
la mención de la gratuidad, salta inmediatamente la pregunta formulada
por Rashi en su comentario: ¿Gratis? Los egipcios, que negaban a los
esclavos hebreos la paja con que hacer los ladrillos para la obra, ¿les
daban, en cambio, los mejores alimentos gratuitamente? Y responde
Rashi: por cierto, no es así. La alusión a los manjares "gratuitos"
refiere, en realidad, a que su sustento no estaba sujeto, cuando eran
esclavos, a ninguna "mitsváh", ningún precepto divino inquebrantable; y
no se relacionaba, por consiguiente, con ninguna forma de trascendencia.
Enseñan
nuestros sabios que un hombre privado de su libertad, sometido a
esclavitud, está exento de las mitsvót de la Toráh. Porque sólo desde
la libertad plena puede uno optar y elegir la Verdad. La Toráh es un
sistema de vida completo, coherente y consistente, y como tal, no
admite pre-condiciones. Uno no puede optar por vivir de acuerdo a la
Toráh entre las ocho y las diez de la mañana, por causa de compromisos
previamente contraídos e inquebrantables. Por el contrario, todo otro
"compromiso" se supedita, en quien elige la Toráh, a los dictámenes de
ésta. "Haremos y Oiremos" decimos al aceptar la Toráh, y nos disponemos
a la acción desde esta actitud básica, insubordinable, innegociable,
radical.
Tomar para sí la Toráh es, en cierto modo, asumir un
yugo. Es saber que, en nuestro carácter de seres limitados,
inevitablemente regirá sobre nosotros alguna subordinación; y sólo
aceptamos la más alta de ellas. Paradójicamente, asumir el yugo de la
Toráh, el yugo de la Verdad, nos torna los hombres más libres que sea
posible imaginar, desde que no hay más yugo humano capaz de someternos
una vez que estamos comprometidos, fundidos en la felicidad plena y
trascendente de la ley eterna.
El pueblo de Israel, durante su
esclavitud egipcia, estuvo sometido al más obvio de los yugos "bajos" y
humanos: delegada su libertad física, delegado el control de sus
fuerzas y su tiempo a manos de sus sometedores (y delegada también su
responsabilidad), estaban impedidos de comprometer de su tiempo y de su
fuerza con toda otra prioridad. Mas aún siendo el más obvio, el caso de
la esclavitud a un amo humano no es el único ni el más fuerte de los
yugos que impiden a una persona fundirse en el espíritu trascendente de
la Verdad. Así se ve en las palabras previas al reclamo de carne, en
nuestra parasháh: "Apetecieron el apetito", "desearon el deseo"
(Bamidbár XI,4), se nos dice que sucedió; y entonces pidieron carne.
Caminaban por el desierto; todo el sustento necesario era provisto de modo directo por el Creador en el "man" (el maná)
que se presentaba a ellos mañana y tarde, y sabía en el paladar a
satisfacción inmediata del deseo. Suspendida la servidumbre cruel en
que por tanto tiempo habían subsistido, todo les era suplido a cambio
de que se atrevieran a crecer, a liberar sus almas, a percibir -más
allá del miedo conocido- la oportunidad de la trascendencia, de la
consagración, en la revelación amorosa del Creador dibujando en
constantes maravillas el ejercicio del Pacto.
Y entonces, la
trampa viene de dentro de uno. Deben aprender una disciplina en la que
nada falta y nada sobra; y añoran el "cosquilleo" del deseo, el vértigo
de la incertidumbre, la indolencia banal de una realidad en que nada
guarda significado alguno con que comprometerse. Desear el deseo es
añorar aquel impulso animal de rebelarse (y violar las reglas de) un
yugo al que fundamentalmente, rebelarse es posible. Es añorar el poder
ser infiel, clandestino, revoltoso, y gozar de probabilidades de
impunidad a favor. Y eso no es posible ante la magnitud de la
revelación del Absoluto en cada orden de la vida. Añoran, de algún
modo, un techo más bajo que el cielo, para sentir deseos de romperlo.
El
desenlace de este episodio pasa por la prueba del exceso: D's provee
milagrosamente la carne que el pueblo reclama, la provee hasta el
hartazgo, y ordena irreductiblemente su consumo. No sólo el deseo en
sí, sino el móvil que lo origina, se redimen y se licúan en el horror
del exceso, que trae consigo degradación y muerte. Y el lugar fue
llamado entonces "Kivrot hataAváh": las tumbas del deseo Y desde allí
viajaron a "Jatserót", a las afueras. Hacia fuera de sí mismos, del
yugo de sus instintos, viajaron; rumbo por fin a la libertad; tras
haberse doblegado en ellos el deseo.
Este relato paradigmático
dibuja una disyuntiva vital ante cada uno de nosotros. En esta vida, no
nos es dado vivir sin "normas". Y de éstas, tenemos infinita variedad.
Desde las que vigila la policía de tránsito hasta las que la mecánica
cuántica interpreta, toda una gama de niveles normativos que en
nosotros está conocer y priorizar, y a través de ello, determinar cómo
cumpliremos nuestra misión vital. Podemos ser esclavos de las más bajas
formas de poder: cuanto más bajo sea el techo más opresivo será, y más
fácil será sentir el impulso de rebeldía, y volver una y otra vez a
comprimirnos y a saltar como resortes hacia los labios abismales del
exceso. O podemos elegir ningún techo más bajo que el cielo, elegir la
Verdad, ser radicales del sentido trascendente de la vida, y
desde la práctica de la Toráh edificarnos, sagrados a semejanza
del Creador: Hombres aptos para una felicidad que se ve imposible, que
no se ve, cuando se la mira desde fuera, y a la que sólo en el secreto
sonriente de la fe nos es posible arribar.
Creciendo cada día junto con vosotros, desde Banáij-Tsión, con bendiciones,
daniEl I. Ginerman
editor@ieshivah.net
APRENDIMOS EN LA GUEMARA ESTA SEMANA:
SI TE ESTA VEDADO EL VINO, NO TE ACERQUES AL VIÑEDO
"Nazír: Rodea, rodea, no te acerques al viñedo"
(Talmud Bablí, Tratado de Shabát, 13a)
El
"Nazír" o "Nazareno" es, en el judaísmo, quien ha tomado cierto número
de "votos" autoimpuestos por determinado plazo, con el objeto de
arribar a un nivel de elevación superior, o de producir una especial
enmienda en el alma y el destino. Las leyes que rigen al Nazír están
claramente estipuladas por la Toráh; las más famosas entre ellas
conciernen a la prohibición de cortarse el cabello y la de beber vino
durante el término de su voto.
La Guemará, en la hoja 13 del
Tratado de Shabát, está tratando el alcance de las prevenciones que
quien cumple celosamente los preceptos de la Toráh se debe imponer,
para no acercarse a su transgresión. Si el hombre no debe tener
contacto físico con su esposa durante los días del mes en que se
encuentra impura, discurren nuestros sabios la inconvenciencia de que
yazga con ella en una misma cama, aún vestidos. Si una persona no debe
consumir alimentos cárnicos y lácteos mezclados, no es conveniente que
se sienten simultáneamente a la misma mesa dos conocidos de quienes
cabe esperar recíproca cortesía, y que coma alimentos cárnicos
uno mientras lácteos consume el otro. Y así sucesivamente.
A la
hora de arribar a una síntesis de la norma aplicada a cada uno de estos
casos, el ejemplo que utilizan es, precisamente, el del "Nazír", un
caso paradigmático en la Toráh en cuanto a la fuerza de las
prohibiciones que rigen sobre él. De modo que así expresan nuestros
sabios la necesidad de establecer "cercos" (siaguím, en hebreo)
alrededor del cumplimiento de las mitsvót, de tal modo que no sólo no
caigamos en transgresiones sino que tampoco nos aproximemos a ellas: "Nazír:
Rodea, rodea, no te acerques al viñedo". Camina cuanto sea necesario
con tal de ni siquiera rozar el viñedo, para que no te toque la
tentación del vino. Una enseñanza a aplicar a todos los órdenes de la
vida, si deseamos la verdadera consagración, y en ella, estar en paz
con nosotros mismos.
LA EXPERIENCIA DEL DESIERTO
por Rav Dorón Rosilio
Queridos hermanos:
Ya nos encontramos en la tercer parasháh del libro Bamidbár: el pastor fiel conduce a su rebaño a través del desierto.
Nuestros
sabios hablan del desierto como de un lugar yermo, despojado de vida,
poblado de existencias dañinas: las características de un espacio de
tan incómoda dureza son apropiadas a la vivencia intensa y poderosa del
pueblo de Israel, que se une a un proceso de depuración, de preparación
para una etapa de grandeza que le exigirá desplegar su máximo
potencial. No hay como el desierto para esta preparación, porque la
vivencia del desarraigo, la sensación de que deja de existir la
"seguridad" que provee una sociedad organizada, lleva al hombre a otear
y buscar en las alturas.
El infinito silencio y las fuerzas de
la naturaleza en un despliegue de máximo esplendor, generan el marco
propicio para la apertura del hombre en dirección a los cielos: por
fuerza, te sensibilizas, porque ocupas un lugar que te obliga a
disponer el máximo de tu capacidad, de tu inteligencia, de tu alerta.
Entonces, se hace más sutil tu percepción, y más extensa. Te hallas en
el espacio abierto y en silencio, sin nada que obste a tu
contemplación, sin nada que te distraiga desde fuera; te "conectas" con
facilidad, elevas los ojos al cielo, y aprendes a orar.
Y
ahora: ¿qué tiene que ver ésto conmigo, contigo? En mí, todo comienza
por recuerdos de juventud en el desierto de Sinai: haber pasado allí
meses completos de "experiencia del desierto": recuerdos que me enseñan
que es posible atraer hacia la vida presente aquel silencio y la
belleza virgen del desierto, revivirlos aún en medio de la ciudad
bulliciosa, y hallar desde ellos belleza y sentido profundo en cada
cosa que me rodea. Porque a quien, como el pueblo de Israel, ha nacido
en el desierto, el Creador le concede la capacidad de vivir y ser feliz
y florecer bajo cualquier circunstancia. Portamos en nosotros los
"genes" de la germinación en un clima de silencio y belleza y plenitud
y simetría infinita y sumisión a la verdad evidente.... ¡"genes" que
son cualidades que hubimos de adquirir a lo largo de un arduo camino
pleno de pruebas y experiencia del desierto!
Nuestra parasháh,
Behaalotjá, habla del encendido de las candelas de la Menoráh, el
candelabro sagrado del Templo. En él, la candela occidental es la del
fuego eterno, la que nunca se apaga; y desde sus chispas se han de
encender todo el resto de los brazos. Como ella, la chispa del judaísmo
es un fuego pequeño que arde dentro nuestro eternamente. Allí está, a
nuestro alcance. Sólo debemos tomarla, avivarla, encender con ella
todos los fuegos del bien, toda la luz que acaricia con felicidad el
corazón, con fe plena, con un fluir correcto en la vida. Sólo venid
hasta la Toráh, y os hallaréis a vosotros mismos en ella. Halláréis en
ella la verdadera vida, y al Creador aguardando a nuestro arribo. Y
entonces: habladLe, pedidLe, oradLe. Que Hashém esté con vosotros.
Les ama,
Dorón
"E hizo así Aharón"
QUE EL ANSIA DE COMPRENDER NO TE IMPIDA SER
por Rav Natan ben-Jaím
Escribe
el Midrásh Sifri sobre este versículo: fue dicho "Y hizo así Aharón",
para alabar a Aharón por cuanto nada cambió de lo que le fue ordenado
por D's.
Mas al Maguíd de Dubnow no le conforma esta
explicación: "¿Qué halago es éste" -se pregunta-, "cuando es sabido que
nada debemos cambiar de los preceptos de D's?". A su entender, la
sutileza del caso puede ser explicada con el ejemplo siguiente:
Tres
personas se encontraban gravemente enfermas, y fueron todos ellos donde
un especialista, quien les brindó medicamentos e indicaciones para su
aplicación. El primero de ellos siguió con atención las instrucciones
del especialista, y prontamente se curó. El segundo, que entendía algo
de medicina, decidió investigar por cuenta propia para comprobar si
eran correctos y apropiados el diagnóstico y el tratamiento propuestos
por el especialista: en medio de su investigación, y antes de haber
probado la medicina siquiera, falleció. El tercero, también tenía
alguna formación en medicina, y la curiosidad lo llevó a investigar
también la naturaleza del tratamiento propuesto por el médico. Mas,
independientemente de su investigación, siguió desde el primer instante
todas las indicaciones del especialista, puesto que distinguió
lúcidamente el conocimiento de éste de su propia formación amateur; y
no discriminó del tratamiento detalle alguno porque resultase ajeno a
su propia comprensión. Naturalmente, también éste se curó.
En la
relación de las personas con la Toráh también podemos distinguir estos
tres tipos. Hay quien cumple con los preceptos de la Toráh sabiendo que
en ellos reside la Verdad, y sin interrogar más allá. Los hay que, por
el contrario, pretenden arribar al imposible de un conocimiento cabal y
completo de todas las razones y motivos y objetivos de cada mitsváh
antes de enfrentar su cumplimiento, y poco avance les rinde el plazo de
la vida entera.
Por último, están aquéllos cuyas reverencia, fe y
convicción se anteponen a su sed de comprensión. Ellos cumplen con
fervor las mitsvót de la Toráh y ahondan permanentemente su
conocimiento por vía del estudio y la investigación. Pero no supeditan
el cumplimiento de la Toráh a su propia comprensión, porque reconocen
el carácter supremo de la Verdad. Sobre ellos dice el rey David (Salmos
119,30): "El camino de la fe elegí, y Tus dictámenes son en mí".
Porque
para el verdadero sabio, la comprensión forma parte del camino hacia el
verdadero cumplimiento de la Toráh, y de ninguna manera lo condiciona.
Y aún los preceptos que tengo capacidad de comprender, los tomo en
realidad desde la fe, que es superior a la mayor comprensión que me es
posible alcanzar.
"E hizo así Aharón" es alabanza a Aharón
porque, estando en el más alto escalafón espiritual, con capacidad de
comprender muy por encima de cualquiera de sus congéneres, "hace" tal
como le ha sido indicado por el Creador, previo e independientemente a
ninguna comprensión. Así nosotros, buscamos en su ejemplo no
estancarnos en la búsqueda de explicaciones que se conviertan en
obstáculos en nuestro camino de Toráh, sino seguir adelante en el
sendero de la fe, sabiendo que "Naaséh veNishmá", haremos y
comprenderemos, porque sólo desde la acción se arriba a la verdadera
sabiduría.
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