"Nadie puede imaginar cuán cerca está el hombre del mal y de la mentira"
EL PODER DE LA PLEGARIA
por Rav Natan ben-Jaím
"Mil de cada tribu, mil de cada tribu de Israel recluten al ejército" (Bamidbár 31:4)
En el Midrash Raba está escrito: "tres mil de cada tribu: doce mil para la guerra, doce mil cuidan las armas, doce mil elevan plegaria durante la batalla".
Pregunta Rav Levinshtein: si la guerra se entablaba por orden de Hashém y la victoria en ella estaba, por consiguiente, garantizada de antemano, ¿cuál era la necesidad de un batallón tan grande como el que salía al frente, que acompañara la lucha armada con su plegaria?
Y aún más: dice el Midrásh que, de cada tribu, "salieron" a elevar sus rezos. Salieron, cual los guerreros salieron: de modo que no se dirigieron al Creador desde dentro del campamento de Israel, sino que lo hicieron desde junto a donde luchaban los guerreros de Israel contra Midián. ¿No era igual que tuviera lugar el rezo en el campamento? ¿Y es que acaso no se habrían abocado de todos modos, Moshéh y el resto del pueblo, a orar por el éxito de sus soldados?
En su libro "Or Iejezkel", se responde Rav Levinshtein: "Nadie puede imaginar cuán cerca está el hombre del mal y de la mentira". En ese marco, el hombre tiende a considerar que es "su fuerza y el poderío de su mano" los que determinan el éxito u el fracaso de toda acción, en una traición herética a la conciencia verdadera de que, en realidad, todo depende directamente de Hashém, y tal nos acredite quienes somos y cómo actuamos, así recibiremos directamente de El. Quien no se esfuerza a diario para arrancar de sí la desviación de creer que el destino está en sus propias manos, se entierra más profundo cada vez en el lodo de su propia ceguera.
Los que salieron a la batalla contra Midián eran los "grandes" del pueblo, nos indica el Midrásh. Mas, a pesar de su grandeza, era muy fuerte el riesgo de que la victoria les llenase de vanidad y les desviase hacia la sensación de que por su propia mano y por su propia fuerza la habían obtenido. Aún cuando la guerra era en cumplimiento de una orden de Hashém, podían llegar a sentir que por sí mismos habían vencido en ella.
De tal modo, fue enviado un contingente, en igual número al de soldados, de hombres que tenían por misión hacer tefiláh, elevar su plegaria al Creador y suplicar éxito en la batalla. Para demostrar que, ciertamente, era el poder de la tefiláh lo que producía realmente la victoria, y la batalla física no era sino la herramienta para desarrollar dicha realidad. Porque si hubiera sido Moshéh junto a todo el pueblo quienes suplicaran la victoria al Creador mientras tenía lugar la batalla, aún podían los guerreros sentir que "ellos habían sido" los responsables de la victoria. No así cuando vieron con sus propios ojos y vivieron cómo era la tefiláh la que comandaba el proceso de la batalla, y se llenaron de gratitud al Creador por la revelación y la evidencia y el milagro. Si, por el contrario, hubieran experimentado que era su propia fuerza la que batallaba contra Midián, no había posibilidad alguna de que triunfaran.
EL PODER DE LA PLEGARIA
por Rav Natan ben-Jaím
"Mil de cada tribu, mil de cada tribu de Israel recluten al ejército" (Bamidbár 31:4)
En el Midrash Raba está escrito: "tres mil de cada tribu: doce mil para la guerra, doce mil cuidan las armas, doce mil elevan plegaria durante la batalla".
Pregunta Rav Levinshtein: si la guerra se entablaba por orden de Hashém y la victoria en ella estaba, por consiguiente, garantizada de antemano, ¿cuál era la necesidad de un batallón tan grande como el que salía al frente, que acompañara la lucha armada con su plegaria?
Y aún más: dice el Midrásh que, de cada tribu, "salieron" a elevar sus rezos. Salieron, cual los guerreros salieron: de modo que no se dirigieron al Creador desde dentro del campamento de Israel, sino que lo hicieron desde junto a donde luchaban los guerreros de Israel contra Midián. ¿No era igual que tuviera lugar el rezo en el campamento? ¿Y es que acaso no se habrían abocado de todos modos, Moshéh y el resto del pueblo, a orar por el éxito de sus soldados?
En su libro "Or Iejezkel", se responde Rav Levinshtein: "Nadie puede imaginar cuán cerca está el hombre del mal y de la mentira". En ese marco, el hombre tiende a considerar que es "su fuerza y el poderío de su mano" los que determinan el éxito u el fracaso de toda acción, en una traición herética a la conciencia verdadera de que, en realidad, todo depende directamente de Hashém, y tal nos acredite quienes somos y cómo actuamos, así recibiremos directamente de El. Quien no se esfuerza a diario para arrancar de sí la desviación de creer que el destino está en sus propias manos, se entierra más profundo cada vez en el lodo de su propia ceguera.
Los que salieron a la batalla contra Midián eran los "grandes" del pueblo, nos indica el Midrásh. Mas, a pesar de su grandeza, era muy fuerte el riesgo de que la victoria les llenase de vanidad y les desviase hacia la sensación de que por su propia mano y por su propia fuerza la habían obtenido. Aún cuando la guerra era en cumplimiento de una orden de Hashém, podían llegar a sentir que por sí mismos habían vencido en ella.
De tal modo, fue enviado un contingente, en igual número al de soldados, de hombres que tenían por misión hacer tefiláh, elevar su plegaria al Creador y suplicar éxito en la batalla. Para demostrar que, ciertamente, era el poder de la tefiláh lo que producía realmente la victoria, y la batalla física no era sino la herramienta para desarrollar dicha realidad. Porque si hubiera sido Moshéh junto a todo el pueblo quienes suplicaran la victoria al Creador mientras tenía lugar la batalla, aún podían los guerreros sentir que "ellos habían sido" los responsables de la victoria. No así cuando vieron con sus propios ojos y vivieron cómo era la tefiláh la que comandaba el proceso de la batalla, y se llenaron de gratitud al Creador por la revelación y la evidencia y el milagro. Si, por el contrario, hubieran experimentado que era su propia fuerza la que batallaba contra Midián, no había posibilidad alguna de que triunfaran.
Es por la misma razón que, durante la guerra contra Amaléc, Moshéh levanta su cayado especialmente cerca de los guerreros, y cuando lo levanta, Israel avanza sobre el enemigo: para que el pueblo de Israel someta sus corazones a Hashém (como indica el Talmud, en el Tratado Rosh Hashanáh, 29). Y por ello mismo pronunciamos nosotros cien bendiciones por día: antes de cada provecho agradecemos al Creador, para despertar nuestra propia conciencia al reconocimiento de que no "por mi fuerza y el poder de mi mano" llega a mí aquéllo de lo que tengo provecho, sino por obra y gracia del Creador.
La plegaria, en el marco de una estrategia del hombre para arribar a la plenitud, es el vehículo correcto para elevarle, y conducirlo directamente a cumplir la finalidad con que nació.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario