17 agosto 2005

Matók MiDvásh 22 - ReEh 5764 - Ir contra la corrienta para rectificarla y hacer bien

Palabras de la mujer judi'a
IR CONTRA LA CORRIENTE PARA RECTIFICARLA Y HACER BIEN

por Galia Ginerman
Nota original, en hebreo, exclusiva para Matok MiDvash. Traducción: Ieshivah.Net

Queridas lectoras:

Nuestro estudio sobre Rivkáh (Rebeca) constará de dos partes: la primera, se hace presente hoy; la segunda llegará la próxima semana con ayuda de Hashém. Es tanto lo que hay que escribir sobre Rivkáh, que es imposible circunscribirlo al largo de una única nota.

Rivkáh fue la mano directriz del pueblo hebreo; fue quien determinó el curso de los acontecimientos actuando con un ímpetu y un tesón que despiertan admiración. Y actuó en los momentos críticos, poniendo en riesgo su propia vida. Toda su fuerza y su sabiduría se pusieron de manifiesto en el modo en que convenció a su hijo Iaakóv de que recibiera las bendiciones de su padre Itsják en lugar de su hermano Esáv, y también en cómo logró enviarlo rumbo a Jarán, y así salvarle la vida. En estas acciones, Rivkáh continúa el camino de Saráh (su suegra), cuyo celo por la verdad no admitía concesión de tipo alguno, ni aún a sí misma.

Acerca de cómo dirigió en el sentido de la Verdad a Iaakóv, hablaremos la próxima semana. Hoy, en nuestra primera parte, deseo especialmente ahondar en la personalidad de Rivkáh: estableceremos de dónde viene, y a través de ello, descubriremos acaso de qué fuente abreva su fuerza maravillosa.

Desde la infancia, son notorias su fuerte personalidad y su determinación a no dejarse tentar más que por la verdad. La encontramos por primera vez en la parasháh "Jaiéi Saráh", cuando Eliezer, siervo de Abrahám, es enviado a Jarán con el objeto de procurar la mujer adecuada para su hijo Itsják. Y así nos es descripta en ese momento Rivkáh: "La joven, de hermoso aspecto, virgen, y ningún hombre la ha conocido". Esta es, de hecho, la única descripción que hallaremos de Rivkáh. Nuestros exégetas se detienen en el acento sobre su virginidad: "virgen, y ningún hombre la ha conocido". Se preguntan: ¿por qué la doble aclaración, cuando sabemos por el Midrásh que Rivkáh tenía apenas tres años de edad cuando arribó Eliezer hasta ella? En cuyo caso: ¿qué había de maravilloso en que aún fuera virgen? En Jarán, donde Rivkáh vivía, la promiscuidad era total, y era habitual que las niñas perdieran la virginidad muy temprano a manos de los hombres que las rodeaban.

Reflexionemos. Nos hallamos ante una sociedad corrompida hasta sus bases, gobernada por la promiscuidad de la que ni aún las niñas pequeñas se salvan; un lugar en el que cada quien aprende de los demás esa forma de vida, para continuarla por sí mismo. La propia familia de Rivkáh no nos es presentada con una luz más positiva. Nos enteramos, en este mismo episodio, que Laván, hermano mayor de Rivkáh, es devoto de cultos idólatras, es mentiroso, estafador y ávido de riqueza, e intenta envenenar a Eliezer, el siervo de Abrahám, para robarle el dinero que éste porta consigo. De tal modo, observamos que Rivkáh nace en el seno de una familia que no sólo no la defiende de la corrupción que la rodea, sino que la insta y estimula a integrarse en ella.

Y con todo, pese a su corta edad, ella se mantiene firme, tal como Abrahám nuestro Padre: él de un lado, y todo el mundo del otro; Rivkáh no se deja vencer ni convencer por los dictados de la sociedad, ni aún por los de su familia.

Cuando Eliezer la encuentra junto al aljibe y le solicita agua para beber él y sus camellos, ella se esfuerza por sobre todo lo razonable para saciar su necesidad. Una y otra vez extrae agua del pozo y le acerca el cazo a la boca para que no lo tenga que inclinar; y luego, da de beber a los diez camellos hasta que éstos se hallan saciados (y cuando un camello bebe, bebe lo suficiente para cuatro días). Esta niña hace un esfuerzo de magnitud tal que ni aún para un grupo de hombres fuertes resulta desdeñable, y entretanto, el siervo de Abrahám la contempla con asombro, y se pregunta acerca de esta niña que demuestra una piedad y una bondad que no ha visto salvo en casa de su amo Abrahám. Ciertamente, tal bondad y solidaridad no son usuales en Jarán; y también aquí hallamos a Rivkáh, afirmada en el Bien y la Verdad, yendo en contra de la corriente.

Cuando Eliezer es invitado al hogar de Rivkáh con el objeto de solicitarla en matrimonio para Itsják, intentan todos los miembros de la familia evitar su partida a cualquier costo. Laván intenta envenenar a Eliezer (pero es su padre BetuEl quien resulta envenenado y muere), y tras ello, procura que Rivkáh se quede "un año más" en el hogar de su familia. Pero Rivkáh, que ya ha captado las bondades del lugar en que nació, no cede ante ningún intento de retenerla. Consiente inmediatamente partir junto a Eliezer, y convertirse en esposa de Itsják: otro punto en el que demuestra la fuerza de su personalidad. No tiene intención de permanecer en una sociedad de malvados, ni de caminar por sus caminos, aún cuando tal es la educación que recibió. Sólo está dispuesta a caminar en pos de la verdad. Esta es Rivkáh, nuestra Madre, cuya luz nos ilumina, y de quien abrevamos fuerza para esforzarnos en el camino de la Verdad.

Ir contra la corriente no es algo sencillo. Todo hombre busca siempre a sus pares, a sus iguales; busca integrarse a una sociedad que le despierte un sentido de identidad y pertenencia, sin necesidad de luchar ni de vivir defendiendo su camino. Mas precisamente de Rivkáh aprendemos que, cuando la sociedad de que formamos parte no se conduce de modo acorde al Bien, tenemos la obligación de ir en su contra y actuar únicamente desde el celo por la vierdad, aún cuando tal camino contradiga la educación que recibimos, y el modo de vida de nuestros amigos, familiares, y la sociedad toda que nos rodea.

Debemos saber y estar ciertos en que, al final del camino, los demás se convencerán también del carácter correcto de nuestra opción, y seguirán nuestras huellas. Aún cuando hasta entonces, debamos ser tenaces como Rivkáh y fieles a nuestra decisión de actuar de modo recto y adecuado a lo que el Creador espera de nosotros, por encima de todo obstáculo y dificultad.

Rivkáh abrevó sus fuerzas de la fe en el Creador y la certeza de la Verdad, como único modo en que la vida merece ser vivida. Desde tal base, nada hacía de modo irreflexivo, sino que cada instante buscaba cómo la Verdad habría de reflejarse en su acción. A través de tal modo de actuar, accedió también al don de la profecía.

En nuestra generación, cada uno y una de nosotros tiene la capacidad y la oportunidad (y por ellas, la obligación) de tomar fuerza de la fe en el Creador y de la sagrada Toráh. Si Rivkáh pudo enfrentarse a una sociedad completa con sólo tres años de edad, cuánto más nosotros podemos y debemos saber que, aún si hemos sido educados en un camino que no se compadece con la Verdad, y aún si cuanto nos rodea tampoco es especialmente propicio a un decidido viraje vital, y si nuestra sociedad se conduce de un modo ajeno al Bien sin tener por ello mayores problemas de conciencia, aún así, nada de eso nos habilita a ser uno más de ellos. Cada individuo comparece por sí mismo frente al Creador, y cuando Hashém advierte en alguien esfuerzo y voluntad de conducirse en el camino de la Verdad, ilumina su camino tal como iluminó antaño el de nuestros Padres y Madres. Rivkáh, que se determinó contra todo impedimento a comprometerse vitalmente con la Verdad, proveyó a su descendencia del mérito necesario para que recibiéramos la Toráh, más tarde y para siempre, en el Monte Sinai. Caminar tras su huella no es sólo una obligación íntima: es también un enorme e indesdeñable honor.

original en hebreo: http://www.amisrael.net/vaiomer/2004/08/blog-post_10.html

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