17 agosto 2005

Matók MiDvásh 19 - Matót / Masa'éi 5764 - El ejemplo leal de las hijas de Tslofjád

Palabras de la mujer judía
EL EJEMPLO LEAL DE LAS HIJAS DE TSLOFJAD

por Galia Ginerman

Queridas lectoras:

La pasada semana, estudiamos cuán preciada es la mujer judía a ojos de Hashém, al punto que exclusivamente en sus manos fue puesto vigilar y preservar la pureza y la sacralidad del Hogar Judío. Una mitsváh sólo posible desde la verdadera "irAt shamaim": el temor, la fragilidad y la entrega que se experimenta a partir de la fe en el Creador, en su acción ubicua, en su presencia activa en cada persona y cada rincón de la Creación. Es a partir de su "irAt shamaim" que la mujer puede realizar el duro trabajo que se le encarga sobre sí misma, sobre su propio cuerpo. "irAt shamaim" es la verdadera clave para tornarnos capaces de cumplir con todas las mitsvót que Hashém puso en nuestras manos.

En las parashiót de esta semana, leemos acerca de las hijas de Tslofjád, que son ya nuestras conocidas desde su apelación a Moshéh en parashát Pinjás. Recordemos: establecido que el reparto de la tierra de Israel se realizaría otorgando una parcela a cada jefe de familia, ellas se dirigieron a Moshéh y denunciaron que su padre había fallecido sin hijos varones, y sólo ellas, sus cinco hijas, lo podían heredar. Y si no les era concedida a ellas la parcela que correspondía a su padre, se cometería la injusticia de que la misma fuera a parar a manos de otra familia, perteneciente a otra tribu. Moshéh, tras consultar a Hashém, dictaminó a su favor; y no sólo ello, sino que su dictamen sentó jurisprudencia y fue incorporado a la Toráh, para su aplicación en toda situación futura de igual tipo.

Pero en nuestra parasháh, se presentan a Moshéh los jefes de familia descendientes de Guilád, de la tribu de Menashéh (la misma tribu de Tslofjád y sus hijas), y argumentan que cuando las hijas de Tslofjád contraigan matrimonio, si optan por hacerlo con hombres de otras tribus, sus tierras pasarán automáticamente al dominio de las tribus a las que éstos pertenezcan (tal como pasarán sus esposas), con lo que las tierras de Tslofjád serán de hecho igualmente enajenadas de su tribu, que verá su heredad disminuida. Ante este argumento, Moshéh, ordenado por Hashém, dictamina que las hijas de Tslofjád podrán contraer matrimonio con los hombres de sus preferencias, con la única restricción de que éstos habrán de pertenecer a su propia tribu: Menashéh.

Las hijas de Tslofjád no protestaron, y contrajeron matrimonio con sus primos, por puro celo del dictamen de Hashém; por el mismo deseo de hacer lo correcto a ojos del Creador que las llevó antes a evitar que se cometiera una injusticia con la heredad de su padre.

Somos testigos aquí de una acción ejemplar de "irAt shamaim" verdadera y completa, en que la orden de Hashém adquiere inmedita prioridad sobre todo deseo humano.

El cuidado de "taharát hamishpajáh", de la pureza familiar, no es de las mitsvót más fáciles ni sencillas que recibimos las mujeres. Su cumplimiento fiel demanda una gran dosis de "irAt shamaim". Durante los días en que la mujer está en situación de "nidáh", y consiguientemente, físicamente prohibida para su marido, se da un corte, una desconexión física entre los miembros de la pareja; y todo el vínculo que les resta es de carácter espiritual. Durante esos días, la necesidad de aproximarnos a nuestra pareja adquiere fuerza y crece de ambos lados, de modo que se requiere una gran dosis de fe y convicción para sostener la situación y pasar este lapso con Shalóm en el hogar.

Si miramos ahora hacia dentro de esta mitsváh, descubriremos cuánta belleza y cuánta fuerza podemos tomar a partir de preservar celosamente la pureza en nuestra familia, y cuánto bien recibiremos gracias a ello.

Dicen nuestros sabios en el Talmud (Tratado Nidáh, 31): ¿Por qué estableció la Toráh que la mujer nidáh permanece en condición de prohibida para su marido por siete días aún después de completado su período? Porque el hombre se habitúa a ella y a su disponibilidad para sí, estableció la Toráh que la mujer permanezca nidáh por otros siete días: para que, a su retorno a él, sea tan preciada y ansiada por su marido como en el momento de la boda.

Esta cita guarda el gran secreto de una relación permanente y plena entre un hombre y su esposa, que incidirá en cada aspecto de la vida familiar. Nuestra sagrada Toráh analiza y considera los más mínimos detalles de los instintos y las fuerzas espirituales del hombre y la mujer; y para preservar la llama del amor y no permitir que se apague ni aún que disminuya, y para cuidar de la unión y consistencia de la familia, establece una situación que, en apariencia, resulta opuesta a lo que nuestra mente (o nuestros instintos) señalarían por correcto.

En nuestro mundo moderno, la clave de cuya sociedad es "haga cada quien lo que le parezca correcto", y en el que cada uno y una proclama saber con precisión y certeza qué es lo que necesita y qué es lo que desea, resulta fácilmente inadmisible cualquier imposición externa a uno mismo sobre nuestra vida sexual-marital, ¡sobre lo más íntimo de nuestras vidas!

Mas si contemplamos la situación con mejor puntería, veremos que cuando la mujer está "nidáh", se abre ante nosotras la oportunidad de justamente fortalecer y renovar el vínculo que nos une a nuestra pareja.

Durante el tiempo de "nidáh", cuando no nos permitimos contacto físico alguno, crece recíprocamente, en ambos integrantes de la pareja, una sensación de añoranza y anhelo. Podemos aprovechar esta situación para aprender a comunicar nuestro amor de un modo distinto, que cuando no estamos en "nidáh" suele ser desplazado por el contacto físico. Tenemos la oportunidad de aprender a expresar nuestros sentimientos en lenguaje hablado, o a través de acciones y actitudes que transmitan eficazmente a nuestros maridos nuestro amor. El vínculo de pareja pasa a una senda distinta y más estrecha, y gracias a ello, forzosamente crece y se fortalece.

Tras los días del período menstrual, llegan los días de la "sefiráh": la cuenta de siete días en que constatamos, mañana y noche, nuestro estado de pureza; a cuyo final nos sumergimos en una "mikveh", un baño ritual de aguas que no han sido estancadas. Los días de la cuenta generan una situación de expectativa, una situación nueva respecto de los días anteriores, en que nos sentíamos lejos de nuestra pareja. Durante estos días de expectativa, sabemos que vamos rumbo a renovar nuestra unión y nuestro vínculo con él, y nuestra emoción crece porque ya sabemos cuándo sucederá. Y el día de la sumersión en la mikveh, invariablemente, somos novias en vísperas de su boda. Nos consagramos y nos purificamos y nos sumergimos en las aguas ni bien salen las estrellas, desde un estado de espíritu elevado y exaltado y una gran emoción. Así, cada mes, la mujer se consagra y se renueva para su marido, y son preciados y anhelados uno para el otro como en el día mismo en que contrajeron matrimonio.

A través de este mecanismo sagrado, el vínculo entre un hombre y su esposa está siempre fundado en un inmenso amor que no desfallece ni admite desgano -una situación tristemente común entre las parejas que no cuidan de esta importante mitsváh-. A través de este ciclo aprendemos a respetar y a valorar, cada hombre a su mujer, y cada mujer a su marido; y a reconocer el valor de cada instante en que nos encontramos juntos. Y gracias a ello, hay siempre amor y compañerismo, Shalóm y amistad reinando sobre el hogar.

Cuando cumplimos esta mitsváh desde una actitud de verdadera "irAt shamaim", y desde la verdadera determinación de tornar realidad la voluntad del Creador, alcanzamos la plenitud en todos los órdenes de la vida: plenitud en el vínculo matrimonial y plenitud en nuestros hogares, plenitud respecto de nosotras mismas y de cuanto nos rodea.

Aprendamos, entonces, de las hijas de Tslofjád: en mérito a su irAt shamáim alcanzaron un alto rango espiritual y una ley de la Toráh fue revelada por ellas. Tomemos la llave que nos extiende Hashém en su Toráh, y abramos con ellas las puertas de la felicidad verdadera, de la vida familiar plena, y de la abundancia de bien que hace fluir el Creador sobre nosotras y los nuestros a cada paso, a cada instante si lo sabemos recibir.

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