EL CELO DE QUE SE VESTIRA EL AMOR QUE ME HARA VOLVER A CASA
Queridos amigos:
A veces, duele. Despiertas de pronto y ves el bien de los tuyos desmoronarse, o ves el camino que se tuerce; ves ira o estupidez que destruyen -indolentes-; y duele. Y si a nosotros nos duele, ¡¿cómo no habría de doler a Pinjás hijo de El'azár hijo de Aharón el Cohén?!
Repasemos la acción: Balák, rey de Moáb y uno de los dos mayores brujos idólatras de su tiempo, exige la ayuda de Bil'ám (el otro; especializado en la hechicería que tiene por herramienta la palabra) para acabar con Israel. Bil'ám intenta por tres veces maldecir al pueblo de Israel, mas no está en los planes del Creador que tenga éxito en tal misión: por tres veces, son las más altas bendiciones que recibiera Israel, lo que sale de su boca. Frustrado y denigrado, se despide de Balák con un consejo: "para vencer a Israel, debes hacer que ellos mismos profanen el cerco de sacralidad que les torna inviolables". ¿Cómo lograrlo? Incitándolos a la promiscuidad y la idolatría (y siempre ha sido así aún luego: desde la promiscuidad y el culto de los falsos diosecillos de cada época, se produce la propia maldición).
De modo tal que Balák envía doncellas moabitas y midianitas a seducir a los varones de Israel, cierto número de los cuales corre incauto y presuroso hacia el abismo de la lujuria. El plan de Balák parece desarrollarse a la perfección. Las mujeres enviadas a Israel, atraen a los varones conquistados al culto idólatra de las deidades de sus pueblos. En el campamento de Israel, la sacralidad comienza a disolverse, a derrumbarse a manos de la lujuria grosera, de la animalidad degradante de las devociones bajas. El mal se esparce en círculos, desde donde uno de los líderes del pueblo, Zimrí ben-Salú de la tribu de Shim'ón, yace con la princesa midianita Cozbí bat-Tsúr.
¿Cómo no habría de dolerse Pinjás, celoso del Pacto sagrado entre el Creador e Israel? Explican nuestros sabios que el celo de Pinjás le fue legado por su ancestro Ioséf (José). Aquel Ioséf que, siendo esclavo de un ministro de Faraón, resistió la promiscuidad que le ofrecía la esposa de su amo, y cambió la posibilidad de una comodidad inmediata por la contrariedad de la cárcel. Antes que la lujuria inmediata, la certidumbre invencible del bien actuar. Aquel Ioséf cuyo nombre tiene el mismo valor numérico que la palabra "kinAh"="celo", se manifiesta ahora, en otro punto de inflexión de la historia de Israel, en Pinjás.
Pinjás no tiene deseos de protagonismo. Mira en derredor y un profundo dolor le atraviesa: ¡¿para ésto han caminado ya casi cuarenta años por el desierto?!; ¿para destruirse y desvanecerse en una trampa maldita?. Tal se pregunta; y el dolor le oprime el corazón. Consulta a Moshéh, recibe el consentimiento de Hashém, y se entrega a sí mismo para salvar al pueblo de la maldición que está atrayendo sobre sí. Empuña su espada de dos filos; atraviesa el cerco que la tribu de Shim'ón ha establecido en torno a su jefe; su espada iracunda sega el foco del mal que amenazaba anegar la sacralidad, la trascendencia, la historia y el destino de Israel. Y en ese momento se revierte la historia: la ira del Creador continúa la acción de Pinjás extinguiendo la llama de la profanación idólatra mediante una peste que acaba con veinticuatromil personas. Y al inicio de nuestra parasháh, por fin, es honrado Pinjás con el "pacto de Shalóm" del Creador, por cuanto su celo ha purgado el mal de Israel.
El pacto que sella el Creador con Pinjás, en recompensa por su acción, es de "Shalóm": de la paz que nace de la completitud. Porque no hay verdadera "paz" sin la luz brillando pura y plena. Y no es éste sino un objetivo a cumplir desde nosotros mismos, hacia dentro. Hacia dentro del pueblo, de la familia, y fundamentalmente, de cada uno.
En el análisis de nuestra parasháh, debemos tener cuidado extremo en no dejarnos llamar a confusión. Por un lado, hablaremos de pureza familiar y de la "pureza del pueblo". Mas nunca de nada parecido al concepto maldito de "pureza racial" se referirán estas ideas, sino a la pureza de espíritu que emana del comportamiento ajustado a la sacralidad de la Toráh, a la práctica de la Verdad. A la sacralidad es ajena la promiscuidad, y es ajena la prostitución y la bestialidad, y lo es también la idolatría. Y contra tales fuentes de degradación nos hallaremos luchando, en estos días de Pinjás, con la Toráh por arma de dos filos empuñada cuidadosamente entre las manos, cada uno frente al espejo de su fe y su convicción, cada uno frente al horizonte paradigmático que nos muestra cuánto más podemos ser que lo que somos, cuánto mejores, cuánto más elevados y más sabios, cuánto más justos desde el más elevado amor.
En la parasháh de Pinjás, comienza a cocinarse una nueva era para Israel, que halla un obvio paralelo en el tiempo de cada quien. Tras el pacto de Shalóm que el Creador ofrece a Pinjás, hallamos la declaración de lucha de Israel contra todo cuanto Moáb representa: el mal asume infinidad de rostros y apariencias, mas sus características esenciales son inmutables, y le tornan reconocible siempre a la mirada inteligente. No hay modo de mentirnos. Más adelante, llega un nuevo censo del pueblo de Israel, y el anuncio a Moshéh de que va siendo tiempo ya de nombrar a su sucesor, puesto que muy pronto será su hora de partir. El censo es oportuno: por un lado, estamos en el momento histórico justo en que toda la generación que saliera de Mitsráim ha abandonado esta vida, y la generación nacida en el desierto, la generación de tránsito hacia la libertad, se apresta a arribar a la tierra de Israel. En el camino trazado por la Toráh, vamos dejando atrás los restos de quienes fuimos, vamos descartando los últimos resabios de oscuridad para tornarnos aptos de ejercer la luz. Las condiciones cambian: la conducción de Moshéh, basada en una existencia permanentemente milagrosa, va a ceder lugar a la de Iehoshúa, basada en el mérito de la propia acción guiada por la Toráh. Ha llegado la hora de que el pueblo deje de apoyarse exclusivamente en los milagros que le facilita el Creador, y comience a "ganarse la vida" desde su conocimiento de la Ley, desde su propio sueño de un horizonte de máxima belleza sustentado en la certeza de la Verdad.
Así nosotros. Hay una dimensión de la vida a la que es apropiado el celo, en que la ira es sagrada; hay otra dimensión, que sólo se la puede vivir desde el más puro y alto amor. Y es una misma y singular la vida. Mas condescender a todo sólo nos quita fuerza y tiempo para emprender los desafíos innegociables. Cuando ingresamos al camino de la Toráh, el primer tramo es siempre guiado por Moshéh: la percepción del Orden, del milagro permanente, es una maravilla ineludible; y la luz nos es servida en bandeja de plata por el Creador. Conforme avanzamos, aparecen las trampas del camino. Hay que vencer la tentación inmediata que nos ofrece la esposa de Potifár, ministro de Faraón; la tentación de las hermosas y apetecibles moabitas. Hay que saber ver siempre más allá, advertir el horizonte pristino que la luz nos dibuja en la sonrisa. Y cuando caemos, urge rescatar de dentro nuestro a Pinjás, empuñar la disciplina flamígera y atraernos nuevamente al camino, aunque gran parte de uno haya de quedar por el camino. Si así actuamos, será que habremos comprendido. Que la Toráh es, también y antes que nada, en el conjunto de sus relatos paradigmáticos, metáfora del interior de cada uno: de tu vida, de la mía, de la oportunidad de ser verdaderamente libres, de la oportunidad del Gran Amor, en que el Shalóm se genera en el gesto y la palabra de tu mano.
Con vosotros mis bendiciones,
daniEl I. Ginerman
editor@ieshivah.net
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