17 agosto 2005

Matók MiDvásh #28 - Behár 5765 - No hay quien esté realmente solo, porque sólo te queda lo que has dado

Matók MiDvásh: prensa electrónica de Ieshivah.Net - Edición No. XXVIII
Iár 5765, Parasha't Behár, desde Jerusalem
Edición dedicada al pronto encuentro del alma gemela de Lea Tamara bat-Aliza Rajel, y a su plena felicidad
y a la elevación del alma de Meier ben-Iaacov, de sagrada memoria

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"... y os Icé sobre alas de águilas, y os traje hacia Mí..."
No hay quien esté realmente solo, porque sólo te queda lo que has dado

Javerím, queridos amigos, Shalóm:

Pocos días atrás, oí de labios de Rav Shlomo Levinstein el siguiente relato: Un hombre fue, viernes por la mañana, con su hijo pequeño a adquirir panes para shabát. Volvían rumbo a su hogar con el paquete en las manos, y preguntó el padre a su hijo: "Dime, ¿cuántos panes llevamos con nosotros?". El hijo abrió la bolsa y contó trabajosamente, con los dedos: uno, dos, tres...., ¡diez!
"Muy bien", ratificó su padre: "Hay diez panes en esta bolsa". Unos metros más adelante, se acercó a ellos un pordiosero suplicando algo de comer. El padre metió la mano en la bolsa, tomó tres de los panecillos, y los entregó al pobre hombre. Ni bien éste se fue, volvió a preguntar el padre a su hijo: "Dime, ¿cuántos panes tenemos ahora?". El hijo volvió a contarlos, y respondió a viva voz: "¡Siete!". "Respuesta errada", dijo su padre. "Tenemos sólo tres. Los siete que están en la bolsa, están provisoriamente con nosotros. Dentro de un rato los habremos comido, y nada quedará de ellos. Pero esos tres panecillos que le dimos a este pobre hombre, quedarán con nosotros para siempre, y estarán con nosotros ante Hashém, como prueba de quiénes somos. Sólo tenemos esos tres".

En parashát Emór, que leímos la pasada semana, se nos dice (Vaikrá -Levítico- 23:10): "... cuando vengan a la tierra que Yo les Doy, recogeréis SU cosecha, y traeréis las primeras gavillas de VUESTRA cosecha al Cohén". Se pregunta Rav Levinstein: ¿cómo explicar esta contradicción, en medio de un mismo versículo?: "Su cosecha" alude a que la cosecha pertenece a la tierra. Pero inmediatamente, "Vuestra cosecha", la coloca en el dominio de los hombres. E inmediatamente responde: la cosecha, el fruto de la tierra, pertenece en principio a la propia tierra. Los hombres tenemos "permiso" de recogerla; un permiso que rige hasta tanto demostremos qué planificamos hacer con lo que se nos ha autorizado a recoger.
¿Cuándo se torna "nuestra" la cosecha? Cuando nos desprendemos de ella, cuando participamos a otros de lo bueno que obra en nuestras manos, cuando llevamos las primeras gavillas al Cohén, y con ello, demostramos nuestra conciencia cabal de que todo lo recibimos de Hashém, y que la abundancia, la riqueza, está en nuestras manos en custodia, para que hagamos con ella el bien. Entonces, "vuestra cosecha". ¿Cuál es la verdaderamente nuestra para siempre? La que damos: el bien que cosechamos merced a la acción de dar.
Esta semana leemos parashát Behár (Vaikrá -Levítico- 25:1-26:2). En su comienzo, habla del año de "shmitáh", el séptimo año (cada año múltiplo de siete desde la Creación), que es el shabát de la tierra. En este año, prohibe la Toráh tanto plantar como cosechar. En el año de shmitáh, el producto de la tierra se torna "hefker", sin dueño, y todos, ricos y pobres, amos y siervos, disponen por igual de él.
Mas no bien recibida la mitsváh, es de esperar que los hombres protesten: "si no vamos a plantar ni cosechar el séptimo año, ¿qué vamos a comer?". A esta pregunta se adelanta la Toráh (Vaikrá 25:21): "Y ordenaré mi bendición para ustedes en el año sexto...": la causalidad del Creador no responde a lo que los hombres saben, y la propuesta es clara: si Israel cumple la mitsváh, el sexto año producirá una cosecha suficiente para tres años enteros: el propio sexto, el séptimo en que no se cosecha, y el octavo, en que no habrá cultivos del año anterior a cosechar.

En segunda instancia, trae nuestra parasháh la mitsváh de "Iovél": cada siete septenios, cada año número cincuenta debe ser consagrado, "y proclamaréis libertad en la tierra para todos sus habitantes; Iovél será para ustedes, y retornará cada hombre a su parcela, y cada hombre a su familia volverá" (Vaikrá 25:10). En este año sagrado, así como se ha soltado el yugo de la tierra en la shmitáh, se libera ahora el yugo de los hombres: quien se haya visto obligado a expropiar su parcela de tierra, o aún a someterse a servidumbre por razón de deudas u otras desgracias, en el año de Iovél recupera su libertad, recupera su tierra. Recupera la dignidad y la vida, y la oportunidad de comenzar otra vez.

Restan las condiciones morales para recibir la brajáh de parte de Hashém. Inmediatamente a estas dos mitsvót, nos dice la Toráh (Vaikrá 25:14): "Y si vendieras a tu prójimo" tu tierra, "o compraras de él: no estaféis uno al otro". Dado que en el año de Iovél la tierra vendida habrá de retornar a manos de su dueño original, la tasación de la misma debe realizarse a partir de calcular de cuántas cosechas podrá disfrutar el comprador, hasta que deba devolver la tierra a quien se la vende hoy. De ese modo: "no estafes" ha de entenderse como "no le induzcas a error", de modo tal que él salga perjudicado y tú te beneficies de su yerro. La mitsváh de no estafar se extiende, tal como explican nuestros exégetas, a todas las áreas del quehacer material.

"Y no estafaréis uno al otro, y temerás a tu E-lokím, porque Yo, Hashém, (soy) vuestro E-lokím", completa en Vaikrá 25:17. El principio y el fin de toda la actividad vital del hebreo están enraizados en la fe, en la conciencia clara y proactiva de su contacto íntimo con la realidad del Creador. La Toráh viene a responder a quien tiene sed de Verdad, y nos enseña cómo ha de conducirse, en los quehaceres mundanos, quien desea ser apto de recibir la más sublime respuesta. La Verdad, en su dimensión más completa, no está al alcance de nuestra comprensión; pero sí nos ha sido concedido practicarla, realizarla (ésto es: hacerla real), aplicarla sobre la realidad de cada instante para enmendar al mundo en que vivimos, que es enmendarnos a nosotros mismos.

"El hombre no fue creado para sí mismo, sino para su prójimo", dice terminantemente Rav Jaim de Vóloyin, discípulo y continuador del Gaón de Vilna. No hay quien esté realmente solo, si adquiere conciencia de la inmensa y maravillosa responsabilidad que tiene para con los demás. Nuestra parasháh trata aún de varios aspectos más de esta ética perfecta en que somos llamados a vivir: en la continuación, se prohibe cobrar interés sobre préstamos de dinero; se prohibe la "mordida" que toma ventaja de quien está en condición inferior; se ordena la protección honesta del desamparado. Y a la hora de las conclusiones, nos promete Hashém: si vuestras vidas son conducidas de acuerdo a todos los principios del verdadero Bien, "moraréis sobre la tierra con seguridad", con tranquilidad, con armonía de esa que tanto nos falta hoy, cuando tanto nos queda por enmendar desde el centro de nuestros corazones hasta la acción de nuestros labios y nuestras manos.

"Labétaj", dice en el idioma sagrado de la Toráh, donde hemos traducido "por seguridad". El valor numérico de la palabra "labétaj" es 49: los siete septenios que debemos contar hasta el Iovél, los 49 niveles de impureza a que habíamos caído mientras fuimos esclavos en Mitsráim, y los 49 de sacralidad que nos toca recuperar en los 49 días del Omer que estamos contando ahora, desde la libertad de Pésaj hasta la gran revelación de Shavuót, cuando deberemos ponernos de pie, a los pies de un Monte Sinai oculto a nuestras miradas profanas, y decir "Na'aséh veNishmá", haremos y nos dispondremos a comprender, desde la acción de bien sin vacilaciones ni temor, el maravilloso milagro de esta vida, que puede ser feliz y plena si así optamos, en nuestro tiempo, en nuestra tierra.

Con mis brajót para todo quien se afirme con nosotros al bien, desde Ierushalim

daniEl I. Ginerman
Editor

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