17 agosto 2005

MM # 35 - Jukát 5765 - Todos sabemos que es posible conseguir agua cavando un pozo. Pero, ¿sólo cavando un pozo podremos conseguir agua?

Matók MiDvásh: prensa electrónica de Ieshivah.Net - Edición No. XXXV
Rosh-Jodesh Tamuz 5765, Parasha't Jukát, desde Jerusalem
Edición dedicada a la Revelación de la Verdad a la vista de todos
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"... y os Icé sobre alas de águilas, y os traje hacia Mí..."
Todos sabemos que es posible conseguir agua cavando un pozo. Pero, ¿sólo cavando un pozo podremos conseguir agua?

Javerím, queridos amigos, Shalóm:

¿Es posible vivir todos los milagros y portentos, las pruebas y los testimonios que hemos visto desde la salida de Mitsráim, a inicios del libro Shemót -Exodo- hasta ahora en Bamidbár -Números-, y no creer, no vivir en la Verdad con el corazón pleno de felicidad?

"Porque todos los hombres que ven Mi Gloria y Mis Señales que Hice en Mitsráim y en el desierto, y Me probaron ya diez veces, y no atendieron a Mi voz", reclama Hashém en Bamidbár -Números- 14:22; y llegan sus ecos hasta hoy. A lo largo de todas las últimas parshiót de la Toráh, vemos una y otra vez cómo la duda, el miedo, la mezquindad, vuelven a nacer como hierba mala, como plaga, en sectores del pueblo que no logran extirpar de sí la mentalidad de esclavos. Su mente materialista recibe la información de todo lo bueno que les está sucediendo, mas no la procesa. Se alimentan mediante el milagro del mán (el "maná") cada día, por milagro sobrenatural salen victoriosos de cada batalla, por milagro explícito y revelado se acuestan cada noche y se levantan cada mañana. Sus ojos lo ven, sus pieles lo sienten, sus paladares lo gozan. Sus mentes no lo saben. Una y otra vez vuelven a elevar su voz, como en nuestra parasháh, y dicen (Bamidbár -Números- 20:5): "Y por qué nos elevasteis de Mitsráim para traernos a este lugar malo (....) y agua no hay para beber".

Debo reconocerlo: no logro comprender cómo se produce ese vértigo de miedo y frustración que parece sentir una mentalidad materialista cuando la realidad demuestra, de pronto, no estar bajo su control, cuando la apariencia se quiebra y llega la "fatalidad", el "azar", la "suerte" a demostrar que ellos no manejan el mundo, y trae un premio de lotería o un accidente automovilístico (Hashém nos libre) o cualquier otra cosa que disloca la apariencia de control. Si el dislocamiento produce placer, logran en general no cuestionarse nada. Mas, si de pronto, tienen sed "y agua no hay para beber"....

En Occidente, hemos aprendido a eufemizar la oposición entre ellos y nosotros, hablando de "pensamiento mágico" por un lado, y "pensamiento racional" por el otro. Los "racionales" suelen temer a los "mágicos": Los hebreos que gozamos de la Toráh sabemos siempre que hay una realidad espiritual que interactúa con la realidad material, y que no se mueve una sino en virtud de la otra. Por consiguiente, sabemos que muchas veces, el problema del agua no está en el agua, y que la realidad es modificable mediante herramientas muy diversas que no siempre aparecen como "lógicas" a nuestra capacidad de pensar. Sabemos, igual que los materialistas racionales, que se puede conseguir agua cavando un pozo. Pero también sabemos (y ellos ignoran) que, algunas veces, es el verbo la herramienta que debemos utilizar para sacar agua de dentro de la piedra.

La lógica binaria no alcanza para comprender la realidad. Un plato de lentejas puede representar solamente "un plato de lentejas" ante una percepción pobre de esas que se llaman "realistas"; el mismo plato de lentejas es representación de un universo de sentidos con los que interactúa, desde la semántica "mágica" de la Toráh. La diferencia en los resultados es enorme: para esa percepción "realista", la ausencia del plato de lentejas es fatal. Para nosotros, siempre está todo en su sitio, y siempre hallamos lo que debemos hallar exactamente donde corresponde.

Repasemos los sucesos: El pueblo de Israel, en su camino por el desierto, ha dispuesto de agua hasta ahora merced a un pozo que milagrosamente se traslada con ellos, y da siempre buenas aguas que beber. El pozo está con ellos por mérito de Miriám, hermana de Moshéh. Al culminar la vida física de Miriám, el pozo desaparece con ella. Hasta ahora, ha sido milagrosa la solución de la sed. De pronto, esa solución se ausenta, y las palabras del pueblo diciendo "Y por qué habéis traído a la congregación de Hashém a este desierto a morir" (Bamidbár -Números- 20:4) parecen indicarnos que ya no tienen fe en que haya ninguna otra solución para su sed. De pronto, se ha dislocado su realidad, la previsibilidad se rompe, y el miedo y la frustración les ganan la batalla íntima sin siquiera luchar. Ni aún viviendo inmersos en un milagro constante, son capaces de soñar con el milagro que inmediatamente acudirá a resolver su problema.

Siempre se me hace difícil comentar esta parasháh. Miro con perplejidad a toda esa gente que ha visto maravillas sin cesar, que ha cruzado el Mar Rojo entre dos murallas de agua, que ha visto a esas murallas aplastando luego al ejército de Mitsráim. Miro atónito a todas esas familias que estuvimos al pie del Monte Sinai, y que de pronto, ante cualquier desafío a la previsibilidad, nos desesperamos y reaccionamos tontamente, y agraviamos a Hashém una y otra vez, y no decimos "tenemos sed" sino "por qué me has traído a morir aquí donde no hay agua"... y no aprendemos la lección.

Siempre se me hace difícil comentar esta parasháh, porque cierro los ojos y me encuentro allí, entonces, y aquí hoy, en el mismo discurso, en el mismo problema moral. Veo cómo el pueblo judío estuvo amenazado de extinción no tanto tiempo atrás, veo cómo milagro tras milagro la dirección del destino se revirtió, cómo comenzamos a volver a nuestra tierra, cómo comenzamos a reunirnos aquí proviniendo de todos los extremos del mundo. Veo cómo tantos miles de judíos incrédulos llegaron a Israel sosteniendo un discurso insostenible ("en nombre del pueblo judío y de la historia judía y de la heredad judía: ¡liberémonos del judaísmo!") y aún así, ocurrieron desde el primer instante milagros a su servicio: ganaron guerras racionalmente imposibles, generaron riqueza y un ejército poderoso, el árido desierto se desgranó en flores y frutos fragantes para ellos; día tras día, año tras año, se sucedieron los milagros: victorias militares ridículas de un punto de vista racional, eventos de la naturaleza doblegados mágicamente para que la tierra produzca lo que no es esperable de ella, etcéteras por millares cada minuto. A cada minuto, una oportunidad de superar la mezquindad de la mentalidad materialista, y avenirse a la felicidad de un camino sembrado de soluciones milagrosas para caminar rumbo al propósito trascendental de nuestras vidas.

El pueblo de Israel, barúj Hashém, volvió a crecer y prosperar, saltando de milagro en milagro, hoy como entonces. En la tierra de Israel, no verlo requiere un esfuerzo enorme sin duda. Y sin embargo, hay una parte importante del pueblo de Israel que flota en el pensamiento ruinoso de esas mentes esclavas con que salimos de Mitsráim, aún hoy como ayer. Parte de nuestro pueblo que, tal como sucedió cuando caminábamos entonces por el desierto, se acostumbró a los milagros cotidianos y los atribuye ya implícitamente a su derecho natural. Los vive, los disfruta, los aprovecha, pero no los sabe, no los advierte. Y por consiguiente, tampoco los agradece. Sus mentes no dialogan con la realidad de los milagros, con la realidad de la Hashgajáh (supervisión y conducción) de la realidad por parte de Hashém. Sus ideales materialistas murieron por cuenta propia. Se les murió la idea socialista entre los dedos, mientras ya agonizaba la idea de un sionismo exento de judaísmo. Se aburguesaron como pudieron, materialistas al fin, y muchos de ellos prosperaron. Pero, pobres y desdichados, no tienen en qué creer, no tienen qué esperar, no creen en nada, no tienen ejemplo alguno que dar a sus hijos. No saben para qué viven, y tienen miedo de preguntárselo. Sus hijos nacieron sin el recuerdo siquiera de los ideales muertos. Algunos, por gracia de Hashém, logran romper la costra de indolencia y llegan a las puertas de la Respuesta y reclaman su Toráh para sí. Pero muchos se pierden por el camino, intentando retornar a Mitsráim cuando falta el agua por un día; porque carecen de las respuestas, y muchas veces, carecen también de las preguntas y aún del deseo de preguntar. Y eso merece nuestro llanto. Porque no han aprendido a amar la idea de, por fin, ser libres, ser elevados, ser íntegros: Ser sagrados.

Todos sabemos que se puede conseguir agua cavando un pozo. En nuestra parasháh, el pueblo protesta y se desespera porque se suspendió un milagro que daban por permanente y, de pronto, sucede que no hay agua. Hashém ordena demostrarles que no sólo cavando un pozo se puede abrir un manantial sino que, desde una vida sagrada, también la palabra puede hacer brotar el agua desde el seno de la piedra.

Más tarde, aún en nuestra parasháh, el pueblo vuelve a rebelarse y protestar por la incertidumbre de su sustento y Hashém lanza una invasión de serpientes (Bamidbár -Números- 21:6) que muerden y matan. El pueblo se mira en el espejo del castigo y advierte el pecado cometido; y Hashém ordena el antídoto para la mordida de las serpientes (Bamidbár -Números- 21:9): "E hizo Moshéh una serpiente de cobre (....) y si mordía la serpiente a un hombre, él miraba la serpiente de cobre y vivía" (valga decir que este versículo es intraducible en profundidad, pleno de secretos en su original hebreo). Si antes se nos dijo que hablando es posible modificar la realidad, ahora se nos añade que también la visión modifica la realidad: "ver" un objeto determinado hace la diferencia entre vida y muerte en este momento del tránsito por el desierto.

Es que, como hemos advertido tantas veces, la realidad espiritual y la material se encuentran en interacción permanente; quien ignora cualquiera de ambas mitades, lejos está de poder comprender siquiera su propia existencia, y ajena le será siempre la verdadera felicidad. En nuestra parasháh, el fracaso del pueblo está en el miedo, y el error de Moshéh en su enojo (Bamidbár -Números- 20:10). Hoy también hay, entre nosotros, quienes tienen miedo, quienes no ven más allá de sus propias cantimploras. También hay entre nosotros quienes, en nombre de la Verdad, ceden a la tentación del enojo. Y forzosamente, tenemos que aprender la lección.

Lo esencial es no tener miedo. No temer empezar de nuevo. No temer hacer por fin lo correcto, por más lejano que parezca. No temer el reconocimiento del error. Abrir de pronto los ojos y descubrir que, allende el pensamiento "realista" y "racional" que no se basta para explicarnos la realidad y menos aún el sentido de la vida, hay una Respuesta plena para todas las interrogantes; hay un código que nos permite desentrañar el sentido de todo de modo perfecto. Un código que nos brinda el sentido profundo y verdadero de todo, de modo coherente y consistente, e ilumina el rumbo y el propósito de nuestras vidas. Está en nuestras manos tomarlo, para construirnos y construir con él. Y entretanto, propiciar que la maravilla del milagro cotidiano se superponga a tanta desdicha que nos oprime, y empezar, con permiso del Creador, a producir la verdadera Redención.

Quiera Hashém que sepamos hacerlo. Shabát shalóm,

daniEl I. Ginerman
Editor

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