17 agosto 2005

Matók MiDvásh 20 - Devarím - Bein haMetsarím: El dolor de uno, que se alivia; el dolor de todos, que hay que aprender a sentir

"Bein haMetsarím":
EL DOLOR DE UNO, QUE SE ALIVIA; Y EL DOLOR DE TODOS, QUE HAY QUE APRENDER A SENTIR


por Rav David Meir Nota original, en hebreo, exclusiva para Matok MiDvash. Traducción: Ieshivah.Net

Cual para todos los órdenes de la vida, también para el luto nos provee reglas la Toráh. Reglas precisas que posibilitan una expresión genuina de lo que el luto debe producir.

En estos días, durante las tres semanas de "Bein HaMetsarím", guardamos luto por la destrucción del Templo de Jerusalem, y por la situación de devastación y exilio espiritual consiguiente que se prolonga hasta hoy; lo que torna oportuna la profundización en las reglas que establece para el luto la Toráh.

Cuando las estudiamos con atención, lo primero que nos llama la atención es el la diferencia radical entre cómo establece la Toráh el luto personal (el duelo tras el fallecimiento de un pariente) y cómo rige, en cambio, el luto colectivo de estos días. En el luto personal, lo más duro y pesado está reservado al inicio del proceso, y las restricciones y la contrición van disminuyendo con el paso de los días: el primer día, tras la sepultura, se rasgan las vestiduras; luego tres días de llanto y estado compungido; siete días de reclusión reflexiva; treinta días en los que está prohibido cortarse barba o cabello;..., etc.

A la hora del luto colectivo, cual el de estas fechas, la Toráh dibuja el proceso de modo inverso: de lo liviano y soportable, hasta la mayor contrición al final. Desde el 17 de Tamuz nos abstenemos de danzas y música festiva; desde el inicio del mes de Menajem-Av reducimos todas nuestras actividades de provecho; durante la semana en que cae el noveno día del mes nos abstenemos incluso del baño y del lavado de ropa; la víspera del 9 evitamos todo alimento sofisticado; y el propio 9, ayunamos completamente desde el atardecer hasta la noche siguiente, unas veinticinco horas después.

La solución de la interrogante es inmediata. En cuanto respecta al luto personal ante el fallecimiento de un ser querido, la norma de la Toráh expresa el modo natural en que vivimos el dolor de la pérdida: el sentimiento más intenso y auténtico lo experimentamos en los primeros momentos, en los primeros días; y a medida que pasa el tiempo, naturalmente, la intensidad del dolor va menguando. Las reglas establecidas por la Toráh para este proceso acompañan la reacción humana natural ante la pérdida personal.

La contrición, el dolor, por fin el luto ante la destrucción del Beit-HaMikdásh -el Templo de Jerusalem- y la devastación espiritual de nuestro pueblo, no son en cambio una actitud connatural a nosotros, sino una actividad sagrada a la que debemos aproximarnos voluntariamente, a conciencia, anhelando la redención definitiva y completa.

La naturaleza humana nos lleva a habituarnos a toda situación en que nos hallamos, a hallar nuestro lugar bajo cualquier circunstancia. Y nosotros, que nacimos ya dentro de esta situación de devastación y exilio espiritual, nos habituamos inmediatamente a ella, y en sus condiciones aprendimos a vivir. No vivimos, por consiguiente, de modo natural y espontáneo el auténtico dolor y la amargura y el horror del exilio y la destrucción, en la magnitud en que nos toca y nos influye -hoy mismo- directamente. Para nosotros, este estado de luto es "oficio sagrado", es ofrenda a Hashém, es otro modo de aproximación a lo que realmente hemos de ser en esta vida. Y tal es un proceso al que debemos arribar "desde otro lado", mediante el esfuerzo y el estudio y la reflexión desde la Toráh cuanto de nosotros mismos, mediante la introspección y la observación de cuanto nos concierne de la devastación y el exilio. Gradualmente, paso a paso, ingresamos entonces. Y por ello, las reglas de este luto que nos abarca a todos, regulan un proceso inverso al del luto personal. Vamos de lo liviano a lo pesado, de lo fácilmente soportable a la más poderosa experiencia del dolor y la contrición.

Es, por ello, obligación en estos días, consagrar tiempo al estudio y la reflexión en cuanto se relaciona con la destrucción del Beit-HaMikdásh y con el estado de exilio y degradación espiritual, de oscuridad que se prolonga hasta nuestros propios días, para acercarnos a una percepción de la verdadera magnitud de la desgracia, y actuar en consecuencia, anhelando y suplicando y produciendo con nuestros actos el momento en que este dolor fundamental se vea confortado, con la completa Redención, sea Voluntad de Hashém que muy pronto en nuestros días, Amén.

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