por Galia Ginerman
Queridas lectoras:
En parashát Pinjás, ni bien se corta la peste que asoló al pueblo de Israel, se lleva a cabo un nuevo censo del pueblo, para conocer su número y distribución tras el deceso de veinticuatromil personas en el curso de la peste.
El recuento, esta vez, es distinto a las anteriores, en que fuera censada cada tribu como una integridad. Ahora, el recuento es por familias. Cada familia es mencionada y censada en el marco de su tribu, y recién después se establece la suma de integrantes de cada tribu.
Mas allá de ello, el nombre de cada familia aparece de un modo especial: "Janój, la familia hajanojí, Palú, la famila hapaluí", etc. En el lenguaje de la Toráh, éste es uno de los modos posibles de designar a la familia que desciende de Janój, a la que desciende de Palú, etc.; y no la más sencilla. Razón por la cual, se han extendido nuestros sabios en explicar la singularidad. Tras el reciente extravío, en que muchos varones de Israel se entregaron a la promiscuidad con las hijas de Moáb, era dable presumir que así como ellos se habían prostituido ni bien tuvieron ocasión, así habrían hecho sus mujeres en Mitsráim, en tiempos de esclavitud. Y de ser así, muchos hijos de Israel serían en realidad hijos de egipcios, y la pureza e integridad de las familias sería una pura ilusión. Por ello viene la Toráh a designar a las familias, en el censo, de tal modo que sus nombres incluyen una letra "hei" al inicio, y una "iud" al final: estas dos letras, en conjunto, dan por resultado uno de los nombres del Creador, específicamente aquél que se aplica a la unidad del pacto y el matrimonio.
El libro "Kli Iakár" escribe al respecto algo que ha de alimentar la fuerza con que tomamos nuestra responsabilidad, las mujeres judías, para llevar y sostener una vida de sacralidad y pureza. Y así lo dice: "Justo en este censo aparece, el nombre de cada familia, sellado con las letras "hei" y "iud" del nombre sagrado. Porque hasta este último episodio acontecido en Shitím, no cabía sospecha alguna de que los integrantes del pueblo de Israel hubiesen incurrido en promiscuidad y prostitución; mas ahora, tras que se despeñaran en la lujuria tantos varones de Israel, también sobre sus mujeres cabría la sospecha. Para quitar entonces toda duda al respecto, el nombre de Hashém sella los nombres de cada una de las familias: el nombre que vincula al hombre con su mujer, para enseñar que todos los hijos de Israel nacieron dentro de la sacralidad del matrimonio".
Y continúa el "Kli Iakár" con una nueva precisión: "Y en este singular sello, la letra "hei" antecede a la "iud". Porque la "hei" simboliza a la mujer, y la "iud" al hombre; y en realidad, quienes realmente cuidaron de la pureza del hogar y de la descendencia fueron las mujeres de Israel. Sólo una de ellas, Shlomít bat-Dibrí, mencionada por su nombre en la Toráh, incurrió en promiscuidad con un egipcio, profanando su matrimonio. Todas las mujeres de Israel fueron recatadas y pudorosas y preservaron la pureza de sus hogares, mientras los hombres se lamentaban por las limitaciones que la Toráh imponía a su sexualidad, y muchos de ellos caían en la profanación más tarde, en el episodio de Shitím con las hijas de Moáb. Por eso, la Toráh instauró su sello con estas dos letras sobre el nombre de cada familia, haciendo que la "hei" precediera a la "iud"; para anunciar que las mujeres de Israel eran puras y se preservaron sagradas a sí mismas y a su descendencia, y mantuvieron siempre distancia de los egipcios...".
De las palabras del "Kli Iakár", aprendemos algo sorprendente. Sabemos que la presencia de Hashém se manifiesta en el vínculo entre el hombre y la mujer si ellos cumplen con la voluntad del Creador manifiesta en la Toráh. Por ello, el hombre trae consigo la letra "iud" y la mujer la letra "hei", que al fundirse una en otra producen el nombre de Hashém inseparable. Mas a ello agrega el "Klí Iakár", explícitamente, que aún cuando los hombres se denigraron en la prostitución y por culpa de la lujuria en la idolatría cuando se dejaron seducir por las hijas de Moáb, aún así, por mérito de sus mujeres el pueblo de Israel se conservó puro y completo, sin que la prostitución ni la promiscuidad hicieran mella en el nacimiento de la nueva generación.
Por ello, comprendemos que la halajáh determine la identidad judía del recién nacido de acuerdo a su madre, y no de acuerdo a su padre. Y no sólo la identidad judía del recién nacido se determina de acuerdo a su madre, sino que todo el sistema de la pureza familiar, de la aptitud de una familia para la sacralidad, se apoya y depende exclusivamente de la mujer. Cuando la mujer se halla en estado de "nidáh" (durante su período menstrual, y hasta siete días después de terminado), se encuentra "prohibida" para su marido (ésto es, que su marido tiene prohibido todo contacto físico con ella); de modo que hasta que transcurrido este lapso ella se sumerge en la mikveh (el baño ritual), no hay entre ellos contacto físico alguno. Y toda la responsabilidad por este cuidado, fundamento de la pureza familiar, recae exclusivamente sobre la mujer. Es ella quien debe anunciar a su marido su estado de "tumAh" (impureza, derivada de estar liberándose su cuerpo de la vida potencial que no fue), y su situación de "prohibida" para él. Y es también ella quien debe controlar y contar, culminado su período menstrual, los siete días "limpios" al cabo de los cuales y del baño ritual, retornará plenamente a la vida marital. Nadie, ni aún su marido, puede tomar recaudo alguno por ella. ¡Y sobre esa base está construido el hogar judío, fundamento del pueblo de Israel!
Muchas de nosotras creen, inducidas a error por la sociedad en que vivimos, que la mujer que vive de acuerdo a la Toráh y es celosa del cumplimiento de las mitsvót, es una mujer "dependiente", sin ideas propias, sin capacidad de incidir, que hace cuanto le ordenan ciegamente y sin la más mínima comprensión. Mas de lo dicho hasta aquí, ¡se desprende todo lo contrario!
Hashém nos dio justamente a nosotras, las mujeres, la plena y exclusiva responsabilidad de cuidar la pureza (¡no racial sino familiar!, no se nos malentienda) y la continuidad del pueblo de Israel. La mujer que vive de acuerdo a la Toráh, cuida las mitsvót a partir de un entendimiento pleno, y de la conciencia clara de que sobre sí se apoya todo el futuro del pueblo judío. ¡Cuánta fuerza, cuánto amor y numinosidad, cuánta fe necesita una mujer así! Cuidar de la sacralidad y la pureza de un pueblo completo, es un cargo de mucha más responsabilidad que cualquier puesto gerencial en una empresa con miles de empleados. ¿Acaso el Creador pondría semejante responsabilidad en manos de mujeres "dependientes, sin ideas, sin capacidad de incidir ni comprender"?
Queridas amigas: las invito a advertir la magnitud de la responsabilidad con que somos honradas, y hasta qué punto confía Hashém en nuestra capacidad de persistir en el camino de la Verdad, para haber puesto en nuestras manos la mitsváh de preservar la completitud y la pureza del pueblo de Israel. Aprendamos de nuestras madres sagradas en el desierto, en quienes latía la reverencia a Hashém y el temor y la certeza, al punto de que Hashém las antepusiera a los hombres en el conteo de las familias.
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