17 agosto 2005

Matók MiDvásh 20 - Devarím 5764 - Había una vez dos mujeres

Todo esta' escrito; y estamos aqui' para aprender a leer Desde parashát Devarím, una advertencia fundamental
que nos está destinada

HABIA UNA VEZ DOS MUJERES

por Rav David Shlomo Mendelsohn Nota original, en hebreo, exclusiva para Matok MiDvash. Traducción: Ieshivah.Net


¿"Y fue en el año cuarenta en el duodécimo mes, el primero de mes, habló Moshéh al pueblo de Israel de acuerdo a cuanto Le ordenó E-lokim"
(Devarím -Deuteronomio- 1:3)

Había una vez un hombre que tenía dos mujeres: una de ellas era hermosa, gran ama de casa, y dueña de abundante patrimonio. De nada tenía que preocuparse su marido: ni del sustento ni de las necesidades del hogar. Ella siempre le esperaba con deliciosos manjares y la casa agradablemente dispuesta. Pero algo faltaba de ella: no podía darle hijos.

La segunda esposa era inteligente y respetable, y su vientre había sido bendecido con abundante descendencia; mas carecía de bienes materiales.

Un hombre en tal situación, si actúa con sabiduría, puede ser agradable y amable con ambas esposas y cuidar el equilibrio, y no se despertará celo alguno entre ellas. Mas nuestro personaje no era especialmente sabio, y sus cualidades dejaban que desear. De tal modo, demostraba su afecto sólo a la mujer que le proveía comodidad y sustento, y con la segunda no hacía sino buscar rencillas, al tiempo que ni siquiera le proveía buen alimento.

Un día, se vio empujado a viajar a una ciudad lejana; llevó consigo a su mujer favorita, y con ella, a toda su riqueza. Mas en el camino, fueron emboscados por una banda de asaltantes que secuestraron a su esposa y sus riquezas, y le dejaron abandonado. Falto de todo retornó a su hogar, a su segunda esposa. Ella se dirigió a donde el rey y llegó hasta él con súplicas, con llanto, rogándole la ayudase a ella, a su marido y a sus hijos que acababan de quedar carentes de todo y estaban hambrientos de pan. Halló gracia a ojos del rey la actitud de la mujer, de modo que decidió ayudarles. Les introdujo en su palacio, se hizo cargo de su alimento y su bebida y sus vestidos, y aseguró que así lo haría hasta que lograran reunir con ellos a la otra esposa con toda su fortuna. Durante todo el tiempo en que se alojaron en el palacio del rey, nada les faltó. Y no obstante, este hombre, ausente de todo reconocimiento a su esposa, siguió peleando con ella y maltratándola en cada oportunidad. Y el rey, veía y callaba, y hacía como que no lo notaba.

Al cabo de un tiempo, hallaron a su otra esposa en un país lejano. Hasta allí envió el rey a una legión con el encargo de vencer a los secuestradores, y traer de retorno a la mujer con su riqueza. Mas antes de enviarlos a su camino, llamó al rey a nuestro hombre, y así le advirtió: "He observado tu comportamiento durante todo el tiempo que residiste en mi palacio, y temo que olvidarás el bien que te he hecho por mérito de tu esposa, que halló gracia a mis ojos y mereció mi comprensión y benevolencia. Y temo que todos tus pensamientos se dirigirán únicamente a tu otra esposa, en tanto a ésta continuarás sometiéndola a maltrato y humillación. Por ello, te prevengo: ti tal haces, me vengaré y haré justicia. Tal como te comportas con la mujer que te da la más primaria satisfacción, compórtate también con la segunda".

La vida de este mundo y la del mundo venidero, la vida material y la espiritual, se relacionan cual estas dos mujeres. Y el hombre debe saber cómo comportarse de modo tal que no se suscite el "celo", la envidia entre ellas: acreditar a su espíritu buenas cualidades, mitsvót, una vida de bien sustentado en la Toráh; y no abocarse exclusivamente a las cuestiones, placeres y apetitos de la vida material.

Durante su esclavitud en Mitsráim, el pueblo de Israel vivía mucho más sumido en la materia que ocupado en "bienes espirituales". Mas fueron liberados, y salieron de Mitsráim al desierto, y allí, frente al monte Sinai, prometieron cumplir con la voluntad de Hashém y elevar sus almas a través del constante trabajo sobre sí mismos. Por vía de este trabajo se elevaron espiritualmente a la categoría de ángeles, y Hashém -el Rey- les proveyó todo el sustento necesario durante cuarenta años, asegurándose que nada les faltara, en mérito de su Toráh. Aún así, se quejaban y rebelaban y transgredían las condiciones aceptadas. Y Hashém, veía y callaba, y hacía como que no lo notaba.

Cuando llegó el momento de ingresar por fin a la tierra de Israel y heredarla de manos de los reyes de Cna'an, pasados cuarenta años "en el palacio" sostenidos por el Rey, envió Hashém a Moshéh a que presentara a Israel las advertencias necesarias: que no olvidaran la Toráh y las mitsvót al ingresar por fin a la tierra de Israel, que no se dejaran atrapar por la abundancia material que esta tierra bendita les depararía, que la riqueza material no les hiciera olvidar por mérito de qué disponían de ella. Que ahora que habían recuperado a su primera esposa, a su vida de este mundo, no olvidaran a su otra esposa, su vida espiritual, que era quien realmente les había salvado y sólo por su mérito les había sido dado sobrevivir. Que, por el contrario, se esmeraran en el ejercicio de la Toráh y el cumplimiento de las mitsvót sin cesar en el disfrute de los bienes de la tierra. Y que, de lo contrario, Hashém haría justicia.


Fuentes: Ba'al ha'Akedáh, Devarím.

Los Cielos son al Creador, y la tierra...

No hay comentarios.: