17 agosto 2005

Matók MiDvásh 20 - Devarím 5764 - De cómo una mujer fue manantial de vida para todos

Palabras de la mujer judía
DE COMO UNA MUJER FUE MANANTIAL DE VIDA PARA TODOS

por Galia Ginerman
Nota original, en hebreo, exclusiva para Matok MiDvash. Traducción: Ieshivah.Net

Justo desde dentro del abismo más oscuro, la esperanza
y la fe te conducirán a la más grandiosa solución.


Queridas lectoras:

A partir de esta semana, comenzaremos en nuestra columna un "paseo" por la identidad de las distintas personalidades femeninas del Taná"j: seguramente, del análisis de sus modos de conducirse, se enriquecerá nuestro conocimiento acerca del rol y la esencia misma de la mujer en el mundo judío.

Como introducción, quiero señalar un detalle notable, que ha de ser de indudable provecho para comprender qué espera de nosotras la Toráh, y qué tipo de potencia depositó el Creador en las mujeres desde el momento de la Creación. Y helo aquí: No se halla en todo el Tanáj (en toda la Toráh, en los Profetas, en los Escritos) una sóla mención a una mujer judía a la que pueda llamarse "pecadora" o "transgresora". Los hombres, en el pueblo judío, infringen con frecuencia la Toráh; y encontramos de ello multitud de ejemplos: Koraj, Datán y Abirám; los espías que envía Moshéh; y la mayoría de los hombres de Israel que vuelven una y otra vez a dejarse tentar por las distintas formas del pecado. Frente a ésto, no hay mención a mujer de Israel alguna a quien se pueda juzgar por pecadora.

Hay, no obstante, descripciones de pecados específicos cometidos por mujeres, tal como el pecado cometido por Miriám, la profetisa, a quien conoceremos hoy: no obstante su único pecado, Miriám es una "tsadéket", una persona "Justa", que es la más alta categoría a que un ser humano puede acceder.

Miriám "haneviAh" (la profetisa) fue hija de Amrám y Iojébed, ambos de la tribu de Leví. Iojébed era hija de Leví, y Amrám era su nieto. Miriám es hermana de Moshéh y Aharón.

Comenzamos a conocer la personalidad de Miriám en parashát Shemót (la primera del libro de igual nombre -Exodo-), cuando se relata el decreto de Faraón que sentencia a muerte a todos los hijos varones de los hebreos, y exige la colaboración de las dos parteras hebreas, Shifráh y Puáh, para asesinarles ni bien nacidos.

Shifráh y Puáh son nada menos que Iojébed y su hija Miriám. La razón de que Miriám fuera apodada con el nombre de "Puáh" es que éste significa "susurrar, hablar en voz dulce", y tal era lo que hacía ella con todos los recién nacidos para consolarles y tranquilizar su llanto.

Más atrás en el tiempo, vemos a Miriám parada vigilante junto a la orilla del río Nilo, con la mirada atenta sobre la "teiváh", la canasta que flotaba sobre el río llevando dentro suyo a su pequeño hermano Moshéh, aguardando presenciar qué destino le habría de tocar. Cuando la hija de Faraón halló la canasta y tomó al bebé para sí, reaccionó Miriám inmediatamente: se dirigió a la hija de Faraón y le ofreció, por nodriza para el bebé, nada menos que a Iojébed, su verdadera madre.

Años después, cuando el pueblo de Israel sale de Mitsráim y cruzan el Mar Rojo, es ella quien toma una pandereta entre sus manos y sale a instar a las mujeres a entonar "Shirát haIám", el Canto con que agradecen a Hashém por el inmenso milagro.

Por fin, la vemos cometiendo pecado de maledicencia contra su hermano Moshéh, y nos enteramos de que "tsará'at", la "lepra espiritual", es lo que obtiene para sí quien comete maledicencia. Junto a todo Israel esperamos por ella siete días, hasta que se cura de la "tsara'at" y recibe autorización de retornar al campamento.

Cuando toca el turno a Miriám de abandonar esta vida, al cabo de cuarenta años de tránsito por el desierto, junto a ella desaparece la fuente de agua que saciara la sed de todo el pueblo acompañándoles, trasladándose junto a ellos a todo lo largo del camino.

Hay un elemento particular de la figura de Miriám que se deduce de cada acontecimiento de su vida, y que deseo destacar: Miriám es símbolo de la vida, de la vitalidad. Es Puáh que preserva con vida a los recién nacidos; es quien cuida y vigila a Moshéh cuando éste flota en su cesta sobre el Nilo, y se asegura de su destino; es quien estimula con su canto a las mujeres a cantar tras el cruce del Mar Rojo, y les instila la esperanza y la fe. Es por mérito de ella que un manantial de agua potable acompaña al pueblo de Israel por el desierto, a lo largo de cuarenta años.

El Midrásh nos ayuda a completar el dibujo de Miriám. Cuando Faraón decretó que los varones recién nacidos debían ser arrojados al Nilo, Amrám, padre de Miriám y Aharón (Moshéh aún no había nacido), decidió separarse de su esposa. Arguyó que no tenía sentido alguno traer al mundo niños que ya estuvieran sentenciados a muerte en el momento de nacer. Siguiendo sus pasos, todos los hombres de Israel se separaron de sus esposas.

Miriám, una niña de cinco años en ese momento, enfrentó a su padre: "Eres peor que Faraón", le dijo. "Faraón sentenció a muerte sólo a los varones, y tú acabas de sentenciar a varones y niñas por igual. Faraón les sentenció una vez nacidos, tú les matas antes de que nazcan. De la sentencia de Faraón no hay seguridad de que se cumpla, y la tuya, en cambio, se cumple en la acción inmediatamente". Aceptó sus palabras Amrám, se reunió con su mujer, y siguieron su ejemplo nuevamente todos los hombres del pueblo. Con esta única acción, Miriám salvó la existencia misma del pueblo de Israel, que corrió riesgo de no trascender su propia generación.

Miriám es recordada por el Midrásh también en relación al nacimiento de Moshéh. Cuando enfrentó a su padre, le dijo también que nacería de él un hijo que redimiría al pueblo de Israel. Y con sus palabras, inyectó en Amrám y en el pueblo todo la esperanza de redención. Cuando nació Moshéh, pareció que su profecía no se podría cumplir: ya no era posible retener un bebé en el hogar sin que lo descubrieran y asesinaran los egipcios, y su madre se vio obligada a ocultarlo en una cesta y arrojarlo dentro de ella al río Nilo, rumbo a una muerte segura.

En ese momento, Amrám se llenó de enojo contra su hija, y le dijo: "¿Dónde está tu profecía, hija mía?". Mas Miriám, compenetrada en su fe y cierta en su visión, se apostó junto al Nilo a vigilar la cesta en que flotaba su hermano pequeño: no por curiosidad, sino para ser testigo de qué medios elegiría Hashém para salvar a Moshéh. Y la salvación de Moshéh vino desde la dirección más "absurda" de todas: justamente la hija de Faraón le halló, y justamente eligió adoptarlo y criarlo en palacio, bajo las propias narices de su padre Faraón. Del propio palacio de Faraón saldrá Moshéh, a la postre, a liberar al pueblo de Israel.

En esta acción, nos enseña Miriám algo que es muy importante conservar siempre con nosotros: aún cuando parezca que no resta esperanza y todo está perdido, hay que especialmente reafirmarse en la fe; porque a veces es precisamente desde dentro de la mayor angustia (desde la mayor fuente de angustia) que nace la mayor solución imaginable.

Vemos nuevamente la fuerza de la fe de Miriám cuando tienen las orillas del Mar Rojo a sus espaldas, tras la derrota de Mitsráim que acaba de sucumbir dentro del mar, y toma ella su pandereta y canta a las mujeres para animarles, para estimularles a unirse felices al agradecimiento por el estremecedor milagro que acaban de vivir, aún cuando nada saben de lo que habrá de depararles el desierto. Con su canto, les insta a la fe en Hashém, e implanta la fe que latirá en ellas durante los cuarenta años de caminar por el desierto.

Miriám, la que da vida a los niños, la que demuestra una enorme fe que da apoyo a Moshéh y a las mujeres de Israel, reúne el mérito necesario para que, por ella, un manantial de agua acompañe a Israel de sitio en sitio a lo largo de todo su largo derrotero en el desierto. ¿Por qué un manantial de agua? Porque el agua es vida, vitalidad como la que Miriám depositó en todos. Y el manantial desaparecerá con ella.

En estos días de "Bein-HaMetsarím", de duelo por la devastación y el exilio espiritual, debemos abrevar de la fuerza y la fe de Miriám, y tomar conciencia de que justamente desde dentro del abismo en el que a veces parece esfumarse la esperanza, justamente desde allí habrá de germinar la "ieshu'áh", la Redención. Y por mérito y acción de esta Fe, sea Voluntad de Hashém brindarnos agua que nos vivifique en los desiertos de la vida, hasta la oportunidad de la verdadera y completa GueUláh.

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